Les dejo otro capítulo de mi historia. Cuando publique todos los capítulos de la primera parte de la trilogía, haré un compilado y lo subiré en PDF para que lo descarguen y lo tengan mejor acomodado.
Espero que disfruten de este capítulo y como siempre, espero que me dejen saber su opinión en la caja de comentarios.

Pasaron los días y el joven sólo leía y leía. El conocimiento parecía una droga necesaria para él.
Sobre los elfos habían cosas que Theal jamás le había contado. Los libros narraban que los elfos eran bastante ágiles en los bosques y cazaban para alimentarse. Una familia había reinado desde que los elfos caminaban sobre Gaia, estos fueron elegidos por Physea y son ungidos con su bendición para que tengan la inteligencia de gobernar a sus hermanos elfos, la fuerza para resistir cualquier problema y el amor para no caer en batallas. Un pasaje del libro contaba la conexión que poseían los elfos con cada miembro más cercano de la familia. Padres con hijos y un hermano con otro. No daba detalles de esta conexión, sólo decía que la sangre llamaría a la sangre. También tenían una conexión extra con la naturaleza, Gaia les hablaba y oían su voz en sus cabezas así como la de Physea en sus sueños. De los años no había mucho que aprender, tenía una idea de lo que se plasmaba en los libros. El chico pasaba cada mañana y tarde leyendo y por las noches que el sacerdote llegaba, le hacía preguntas de lo que había leído y Samwell le contestaba. El niño tardó dos meses en leer los cuatro libros que daban una introducción a las cuatro razas de Gaia.
A las afueras del castillo continuaban los saqueos a los pueblos pero con las fuerzas del rey Enmanuel, estos habían mermado y se empezaba a repeler a los invasores.
En esos dos meses que Aledan estuvo estudiando los libros, el sueño que tuvo sobre su madre, él y la figura que lo asesinaba se repitió varias veces y un día le preguntó a Samwell qué significaba.
- Cielos, chico, no tengo idea. He leído que los sueños son revelaciones de los dioses a eventos futuros. No creo que esto sea cierto porque si así fuese, yo estaría bañado en oro y viviendo en un castillo en el cielo. Jamás he visto las cosas que me mencionas… Creo que las figuras que ves son los Bárbaros y lo que pasó con tus padres te quedó en tu mente y tu cerebro vuelve a ese momento y lo revive. No creo que hayas visto al sujeto que te asesina ni una espada similar… Trataré de averiguar qué es lo que ves y te diré si tiene algún sentido. Creo que ya has leído suficiente. Tómate un descanso y vayamos a dar una vuelta por la ciudad.
Al niño le pareció una maravillosa idea. Se alistó y guardó su espada en la biblioteca.
Salieron del templo y caminaban a la plaza en el centro de la ciudad. Hacía un día maravilloso, el sol brillaba radiantemente, las aves sobrevolaban el cielo de Bandarnu y la gente corría de aquí para allá como siempre. Los ánimos del pueblo se habían calmado por el éxito que había tenido el rey Enmanuel en contra de los Bárbaros y volvían a tiempos de armonía y abundancia.
- Quien no me conociera, diría que te estoy explotando y obligando a leer. ¿Te has dado cuenta que jamás te di opciones? Y que aun así, no te molestaste.
- Sí, me di cuenta, Señor Samwell, pero es algo que quiero hacer porque es la manera que encontraré a mi hermana donde quiera que esté. Sólo le pido a Diké que la proteja hasta que yo pueda rescatarla.
- Así será, chico. Debo buscar unas cosas a la tienda de alquimia. Espérame por aquí, ¿de acuerdo?
- Seguro.- asintió el chico mientras se sentaba en un banco cerca de una fuente con una escultura de unos tres metros de alto de un hombre con un arco.
El niño cargaba consigo un pequeño libro titulado “Aventuras de Redric, el mago” y comenzó a leerlo sentado en el banquito. Estuvo por quince minutos ojeando el ejemplar hasta que vio de reojo a dos soldados que se aproximaban hacia él.
- Vendrás con nosotros, hijo.- dijo uno de ellos. Aledan voltea y logra detallar a los dos. El que le habló era el más alto de ambos. Sus armaduras brillaban y Aledan sospechó que pasaban horas puliéndolas. Eran bastante fornidos los dos. No llevaban cascos y sus cortes de cabello eran muy elaborados para ser sólo soldados. El corte del más alto era casi rapado a los costados y un poco largo arriba, en punta, emulando la cresta de un gallo y el otro tenía el cabello hacia un costado y caía sobre la parte derecha de su rostro. Ambos se acomodaban sus mechones repetidas veces y Aledan lo notó. El más bajo de los dos tenía una prominente nariz y era un rasgo que resaltaba bastante.- Seguro te escapaste del orfanato. Con esto nos darán un ascenso, ¿no crees, Ildeghier?.- dijo el soldado con cabellera de gallo.
- Yo creo que sí, Julien. Ven, mocoso.- El niño trató de que no lo sujetasen pero fue inútil, los soldados eran más fuertes que él.
- Suéltenme, yo no he hecho nada malo.- Dijo Aledan mientras intentaba zafarse de los guantes de acero que apretaban como pinzas en sus brazos.- Me estoy quedando con el señor Samwell.
- ¡Ja!, claro que sí, mocoso. Encima de huérfano, mentiroso.
Lo llevaron a rastras al orfanato Luz del Sol. Al llegar cada uno lo sujetaba por un brazo mientras se arreglaban sus peinados, tocaron la puerta y salió un hombre mayor con aspecto demacrado por los años. Era bastante flaco y vestía una túnica roída de color marrón atada por una soga. Aledan por un momento pensó que se trataba de una bolsa de papas atada. Tenía la piel tostada por el sol y sus ojos marrón oscuro parecían perdidos en el limbo. Aledan recordó por un minuto a la pitonisa que le había leído su futuro el día que vio la pelea del príncipe Teriel porque el hombre en la puerta se le parecía un poco en lo tétrico.
- ¿Qué quieren?.- habló de mala gana el hombre.
- Buenas, señor Pinto. Este niño se escapó de su orfanato y estaba vagando por la plaza.- Le dio un empujón a Aledan que dio dos pasos hacia al frente del empuje. El vejete se acercó al joven y lo miró cuidadosamente.
- No. Jamás había visto a este niño. No es de aquí.- Contestó mirando a los dos.- Ahora si me permiten, estoy ocupado.- Intentó cerrar la puerta cuando el soldado narizón se la detuvo.
- Espere, ¿está seguro? Claramente este niño es un huérfano. Si jamás lo había visto, tiene un nuevo huésped.
- ¿Dónde está la orden real que demuestra que este niño es huérfano? Necesito ese papel para que se envíe dinero para el cuidado del niño. No soy un millonario ni nada por el estilo para mantener más mocosos.- Aledan notó que el anciano no era muy empático con los niños.
- Pues… no tenemos esa orden. Pero este niño no es nuestra responsabilidad… ¡es la suya por ser el cuidador de este orfanato!.
- Se equivoca, joven. No es mi obligación. Yo sólo me encargo de administrar el dinero para que estos niños crezcan bien y los cuido. Le repito, no soy un millonario para recibir niños sin que el reino me envíe dinero. Hasta la vista.- azotó la puerta el anciano y casi le da en la nariz al soldado más bajo que dio un paso hacia atrás.
- Bien, ¿y ahora qué?.- Preguntó Ildeghier a Julien.
- Pues… No lo sé. Vamos a dejarlo donde lo encontramos. Ven, mocoso, camina.
Fueron de vuelta a la plaza y se sentaron los tres en un banco a ver a las aves comer.
- ¿Cuál es tu nombre, mocoso?.- preguntó el soldado de la cresta.
- Deja de llamarme así. Ya tengo 12 años. Mi nombre es Aledan Woodgate. Y ustedes son Ildeghier y Julien.
- Efectivamente. Dijiste que el sacerdote Samwell te está cuidando. ¿Cómo es que no te hemos visto con él en ningún momento?.- preguntó el narizón mientras se hacía una coleta en sus mechones de cabello en la parte superior de su cabeza.
- Ah, es porque es la primera vez que salgo en mucho tiempo. Soy su estudiante, él me está enseñando lo que sabe.
- Chico, no te dejes explotar. ¡No eres un esclavo para no salir cuando quieras!.- exclamó Julien.
- Pero es que no me explota nadie, yo lo hago porque quiero. Me encantan las historias que él me muestra.- dijo Aledan mientras alzaba el libro que estaba leyendo antes que llegaran los dos soldados.
Conversaron por unos veinte minutos acerca del sacerdote y Aledan confirmó lo que sospechaba. El sacerdote era buscado por la clase alta de la ciudad y al templo sólo asistían los ricos y poderosos de la ciudad. El sacerdote era bastante altruista y ayudaba con lo que podía a cualquiera de la ciudad.
- Bueno, chico, creo que es hora que nos vayamos. Debemos seguir patrullando para que nos asciendan. Nos vemos luego.- Se despidieron ambos de Aledan y se alejaron unos seis metros cuando la gente empieza a correr gritando y huyendo de las puertas de la ciudad. Los dos soldados voltean y detienen a un hombre que venía en la estampida.
- ¿Qué sucede, ciudadano? ¿Por qué corren?
- ¡Deje la estupidez! ¡Déjeme pasar!.- el hombre empuja a los soldados y sigue corriendo.
Aledan se acerca a los dos.- ¿Qué pasa?.- pregunta.- No lo sabemos pero será mejor que busquemos a tu representante.
Corrieron por la ciudad buscando a Samwell pero no dieron con él. Cuando estaban cerca del coliseo Ethan Redstone, un general de la guardia real detiene a los dos soldados.
- Soldados, firmes. La ciudad está bajo ataque, los necesito salvaguardando la entrada sur. Id ahora mismo. ¿Y este pequeño?
- Es el protegido del sacerdote Samwell, señor. El líder de la brigada Fénix nos lo encargó para que lo cuidásemos.- La brigada Fénix era la fuerza mayor de la guardia real donde sólo podían blandir una espada los mejores y dignos guerreros. El general los mira incrédulamente pero los deja seguir.
- Bien, niño, nos debes una. Hay que encontrar rápido al sacerdote.
Ya estaban a dos manzanas del Santuario a Diké, no veían a nadie en las calles. Julien e Ildeghier caminaban a los lados de Aledan y el niño iba en medio, sólo con el libro en sus manos. Repentinamente Julien se desploma, su compañero de guardia y Aledan voltean y lo ven en el suelo tendido cuan largo es, con su cabeza cubierta de sangre y una roca del tamaño del puño del soldado a un lado manchada de rojo. Ildeghier desenvaina su espada y mira hacia todas las direcciones pero no logra ver nada. La ventana de una casa explota por completo y varios trozos de vidrio caen en la calle.
- Al suelo, niño, y cúbrete la cabeza.
Un sujeto de unos dos metros con treinta centímetros se aproximaba desde atrás de unos barriles que estaban en la avenida. Vestía pieles marrones y blancas y un casco de cuero con cuernos de bronce bruñido. Su barba amarilla cubría casi todas las facciones de su rostro menos sus ojos que eran de color azul. Su mirada no reflejaba su alma, parecía un ser vacío sin emociones. Blandía un hacha a dos manos y Aledan logró distinguir que en su cintura llevaba dos hachas más pequeñas.
Se lanzó en una embestida contra Ildeghier y este estaba inmóvil. A unos escasos cinco metros el Bárbaro levanta su hacha y Aledan cierra los ojos esperando lo peor. Escucha un quejido y el sonido metálico de un arma de acero chocando contra el suelo. Aledan levanta la cabeza y ve allí a Ildeghier de rodillas, la espada tendida frente a él y con la mirada en el cuerpo del gigante. El hacha estaba descansando al lado de los restos de su fallecido dueño. Ambos estaban en un estado de anonadamiento y no creían lo que había pasado. Ildeghier miró a Aledan y este le devolvió la mirada y el soldado comenzó a reír.- ¡Diké! ¡Lo hice, lo derroté! ¡Ahora sí tendré mi acenso!.- el niño comenzó a reír igual pero luego vio la sangre en el suelo y recordó todo lo que sucedió hace varios meses en la granja Woodgate. Su gesto cambió radicalmente y Ildeghier lo notó.- ¡Oh dios, Julien!.- Se arrastró hacia su compañero y limpió con su mano la herida sanguinolenta y revisó su pulso.- Bueno, su corazón aún late y respira pero es una herida bastante profunda. Hay que llevarlo a la enfermería cuanto antes. Ayúdame a levantarlo.- El niño se acercó y trató de levantarlo pero no hizo ningún esfuerzo, Ildeghier pudo levantarlo solo.- Te dejaré en el templo y yo seguiré hacia la enfermería.- No dio dos pasos cuando de la esquina salió un hombre con una túnica negra y un cinturón dorado. Aledan se alivió bastante de ver a Samwell que corrió hacia ellos y se echó el otro brazo de Julien al hombro.
- ¿Qué… qué ha pasado? ¿Estáis todos bien? Bueno… a excepción de Julien.- dijo el sacerdote con un gesto de desaprobación mirando a Julien.
- Sí, estamos bien. ¡Ildeghier acabó con el Bárbaro! Espera… ¿lo conoces?.- preguntó Aledan.
- ¿Conocerlo? Si yo les conseguí un puesto en las filas reales. Igual que a Ildeghier. No hay tiempo que perder, caminemos al templo para tratar a Julien.
Caminaron el resto del camino y entraron al santuario. Recostaron a Julien en el suelo, detrás del estrado donde predica Samwell. El clérigo cierra la puerta que conecta a la calle con un tablón y se arrodilla alado del soldado con la cresta y comienza a lavarle la cabeza con agua y un pañuelo.
- ¿Qué está pasando, Señor Samwell? ¿Por qué los Bárbaros nos atacan?
- Yo… no lo sé, muchacho. No es natural en ellos… pero esto no es un intento de apoderarse de la ciudad o acabarla. Esto es una prueba para comprobar las defensas de la ciudad.
- ¿Natural en ellos? ¿Cómo sabes nada de ellos, sacerdote?.- intervino Ildeghier quien estaba de pie caminando de un lado a otro. Samwell lo mira y supo que cometió un error en hablar.
- Ildeghier, te pediré discreción con lo que te contaré. Si llegas a decir una palabra, así como te conseguí un puesto en la armada, te daré un puesto en el cementerio de la ciudad.- El religioso le explica que es un estudioso y había visto y vivido cosas que él jamás pensó siquiera que existieran.
- Pero… si sabes de ellos ¿por qué no alertas al rey?.- dijo el soldado que estaba consiente.
- ¿Crees que no lo he intentado? Cuando estuvo aquí el príncipe de los elfos, traté de decírselo pero se negó a escucharme a mí y al elfo. Le advertimos pero hizo caso omiso.- se levantó y fue a la habitación a buscar un frasco que estaba en un estante.
- Niño, ya me debes otra. Te he salvado el culo dos veces en menos de un día.- le guiñó el ojo al niño y le sonrió.
- Gracias, fue asombroso lo que hiciste allá.- le agradeció Aledan a Ildeghier.
- No hay de qué pero aquí entre tú y yo…- Se le acercó al niño y susurró.- no sé lo que hice.- Se alejó de nuevo y volvió al tono de voz que tenía antes.- Sólo me lancé hacia adelante y di una estocada y atravesé el estómago de esa bestia.- Samwell regresa con una pequeña botella verde y la destapa y la botella desprende un olor nauseabundo que le dio arcadas a Ildeghier y a Aledan.
- ¿Qué coño es eso? Apesta a gato muerto.
- Es un elixir que me enseñaron los mismos Bárbaros. Ayuda a curar las heridas más rápidamente. Lo llaman “Sangre de Thanatos”. Tiene este olor por sus ingredientes. Contiene Butuan fermentado, semillas de girasol, ajos, huevos podridos y una fruta que crece en T’war que le llaman Cuntada. Es una frutita parecida a las fresas pero de color amarillo. Las propiedades de esta fruta son maravillosas y no saben la utilidad que se le puede dar en casi cualquier pócima.- dejó caer dos gotas en la herida de Julien y con cuidado las regó por toda la herida.
- Espero que ahora el rey sí entienda la seriedad de este asunto porque si no lo hace, estamos condenados.- Colocó una tira de gasa en la lesión del soldado caído.
- ¿Crees que han venido a… matarnos a todos?.- preguntó Ildeghier tragando saliva.
- No lo sé.- Se levantó con dificultad Samwell y se sentó en uno de los banquitos de piedra.- Yo… he estudiado a todas las razas y sé que ellos no son capaces de llegar aquí por su cuenta. Los únicos capaces de hacer ese viaje son los Kaserdanes y sé que no los ayudarían. A menos que…- Hizo una pausa pensativo y miró al niño.- A menos que haya sido mi culpa. He estado teniendo esa idea desde que se iniciaron los ataques a Wadraen.
- ¿Por qué?- Preguntaron al unísono Aledan e Ildeghier.
- Yo… creo que ellos lograron cruzar las aguas heladas por mi culpa. De alguna manera mi estadía en Alamuk les dio información de cómo llegar aquí.- La voz de Samwell se escuchaba quebrada y temblorosa.
- Eso ya no importa. Debemos hacerlos regresar. Se lamentarán de haber puesto un pie en nuestro reino.- dijo con decisión Ildeghier.
- Que Diké te escuche, soldado. Que nos proteja a todos.
En ese momento, Julien lanza un quejido. Ildeghier y Aledan se acercan a mirarlo y abrió los ojos.
- ¿Qué pasó?.- se llevó la mano a la venda e hizo un gesto de dolor.- ¿Qué coño es esto?.
Ildeghier soltó una carcajada y le dijo.- ¡Ja! Eso es tu ticket a una estadía en división soldado mientras que yo seré sargento. Por cierto, te salvé la vida. De nada.
- ¡¿Qué?!.- preguntó alterado Julien.
- Así como lo escuchas. Acabé con un Bárbaro yo solo. Fue una batalla que se contará por siglos… Nuestro amigo Aledan lo presenció con sus ojos, estuve magnífico.- dijo pavoneándose Ildeghier.
- No es algo de estar orgulloso, Ildeghier. No está bien asesinar a las personas. No sabes si esa persona tiene familia. Si tiene un niño esperando por él en casa y una esposa que lo ama.- lo regañó Aledan.- ¿Cierto, señor Samwell?.
- Sí y no, Aledan. Verás… sé lo que te dije y no me retracto pero como dije, si es la voluntad de Diké, que así sea. Hay que saber cuándo perdonar la vida de alguien y cuando no. Si esa persona hará un daño irreparable, hay que terminarla antes que cause mucho dolor a mucha gente.- El niño lo miró y asintió.- Ildeghier, lleva a Julien a la enfermería. Y recuerda lo que te dije, mucho cuidado con esa lengua o lo lamentarás.
Julien salió tambaleándose apoyándose en Ildeghier.
- ¿Qué crees que pasará?.- Le preguntó el niño a Samwell mientras este miraba el suelo.
- Temo lo peor, chico. Si el rey no hace algo pronto, los Bárbaros acabarán con Wadraen…
Siete años pasaron desde aquel momento. La ciudad no volvió a ser atacada y Aledan creció dentro de los muros de la metrópolis bajo el cuidado y enseñanza del sacerdote Samwell. Se volvió su aprendiz y conocía cada detalle acerca de las tres razas del continente y sobre los extranjeros, los Bárbaros. Como una esponja, absorbió cada lección que Samwell le impartió y crecía más y más su sapiencia pero también sus interrogantes acerca del mundo. Más allá de los muros, los Bárbaros cogían terreno poco a poco derrotando a los ejércitos del rey Enmanuel quienes no podían detenerles. Ante la flaqueza del rey Enmanuel Redstone, su pueblo pedía que adjudicase y le diera su puesto a alguien capaz de detener la amenaza y lo que parecía ser una inminente caída del imperio humano. El rey respondió con mano dura sobre su pueblo, quitándole los beneficios a la población y reprimiéndolos con fuerza militar. El que una vez fue un rey amable y bondadoso, se convirtió en un tirano que temía lo peor para él mismo y no quería perder su corona y ser el último Redstone en gobernar. Veía como su reinado agonizaba desde dentro de los muros del castillo rojo y desde su ventana podía ver cómo una ciudad que había trabajado con tanto empeño, se despedazaba y sus fuerzas bélicas mermaban batalla tras batalla en los vastos terrenos de Wadraen. En un intento desesperado, adjudicó y nombró a su hijo como nuevo rey quien rechazó el puesto, alegando que no sería el que llevara la carga del fracaso de su padre. El joven muchacho llamado Abniel, le dijo a su padre que nombrase rey a alguien capaz de detener a la avanzada enemiga pero este se negó y le dijo que su familia no abandonaría el puesto real. Día tras día, la cordura del rey Enmanuel se perdía poco a poco y se volvió paranoico. Ejecutó a muchas personas por el delito de conspirar en su contra cuando esas personas simplemente buscaban una solución a la guerra que tocaba ya la puerta de Bandarnu. Su locura fue tal, que emitió una orden de captura contra su hijo para mandarlo a la hoguera, mintiendo y diciéndole al pueblo que estaba liderando una rebelión contra el rey. Abniel fue astuto y escapó fuera de los muros de Bandarnu junto a varios soldados y se fue más al suroeste, hacia las costas de Bandarnu donde habían comarcas independientes, entre estos soldados iba Ildeghier, el soldado amigo de Aledan. El rey ya era un enemigo más y todos lo sabían. Herald Phieric, el general en jefe de la Brigada Fénix, quien meditó sobre qué hacer para ayudar al reino, rompió su voto de lealtad con el rey y actuó. Era la mano derecha del rey, su guardia real quien lo defendía todo el día, uno de los que asesinó por orden del “Rey tirano”, como apodaron a Enmanuel, a muchísima gente y finalmente, su magnicida. El general consiguió que los soldados de mayor rango le apoyasen y acabó con la vida de Enmanuel, clavando una espada en su estómago. Por decisión del alto mando militar, Herald Phieric, fue proclamado rey regente.
Herald atendió sólo un problema del reino, los Bárbaros. Reunió al alto mando e incluyó a Samwell en su comisión. Intentaron de todo para frenar a los extranjeros y comenzaron a derrotarles en el campo de batalla, ganando algo de terrerno que se había perdido. Aledan ya era un hombre, había crecido y tenía un físico respetable. Julien, quien se preocupaba muchísimo por su imagen, entrenaba todos los días y a falta de su compañero Ildeghier, adoptó al niño como su compañero e hizo que entrenase y dio sus frutos. Aledan trataba de alejarse un poco de Julien que todo el tiempo quería arreglar su cabello y le decía cosas como “Chico, usa este aceite en tu pecho, te hará ver mejor”. Sólo consiguió que el joven se cortase el cabello, ahora lo llevaba con una coleta, largo arriba y corto a los lados. Cuando se veía en un reflejo, su imagen le recordaba a la de una cacatúa. Aledan sabía que a pesar de lo extraño que llegaba a ser Julien, hacía lo que hacía para que él aprendiera a cuidarse por sí mismo y defenderse porque Aledan le había contado de la cruzada que emprendería cuando estuviera listo. Pasaron siete años juntos, día tras día conversando. Julien sabía dominar la espada y era un soldado bastante fiero y le enseñó a combatir a Aledan que no era un aprendiz tan diestro como lo era con los libros pero aprendió a defenderse. La ciudad poco a poco se recuperaba de los efectos colaterales de la guerra y el daño de su rey.
Espero que hayas disfrutado de mi historia y si algo te agradó o no, déjamelo saber en la caja de comentarios. ¡Hasta la próxima historia!
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