¡Hola, mundo!
No había publicado porque había estado ocupado con la universidad, el trabajo y algunas cuestiones personales pero acá está la continuación de mi novela.
- Aledan… Aledan, ¿Por qué me has olvidado?.-
dijo la dulce voz de una niña a la que el ahora
joven comelibros reconoció como su hermana. Abrió los ojos y se encontraba de
frente a la pequeña que estaba cubierta de ceniza y encadenada a dos mástiles.
Aledan intentó correr hacia ella pero no podía moverse. Una figura negra se
alzaba desde una sombra proyectada en el suelo, elevándose muy por encima de la
espalda de Natasha. Colocó una de sus manos encima de la cabeza de la niña y balbuceó
una frase en otro idioma que Aledan no conocía pero que logró entender de
alguna forma; “El tiempo se acaba”
exclamó la figura y presionó el cráneo de la niña que lanzó un grito
desgarrador que hizo temblar al joven inmóvil. Las siluetas frente a él se
difuminaron antes que pasase lo peor y sólo veía oscuridad frente a él. Veía a
lo lejos un pequeño charco y se acercó a él. Logró moverse para su sorpresa y
caminó hasta el agua y miró en él. Se vio a sí mismo pero con una marca como la
de Samwell y se acercó a mirársela. El estigma era negro y cuando pasó su mano
por encima de este, pareció arder en llamas pero no quemaba, sólo resplandecía
de tonos rojizos y naranjas. El aprendiz del sacerdote quiso meter su mano en
el agua para tirársela en la cara pero al momento de tocar la ciénaga, del agua
surgió un león dorado y Aledan dio un brinco hacia atrás cayendo en el suelo.
Sus manos sintieron la tierra fría y húmeda pero no quitó su mirada de la
bestia. El león se sacudió el agua de su pelaje y se acercó a Aledan con su
paso majestuoso. Las patas del animal dejaban un rastro de estelas blancas tras
de sí que se difuminaban cada vez que sus extremidades tocaban el suelo
nuevamente. Se plantó delante del joven y lo miró a los ojos durante unos
segundos. “El tiempo se acaba” escuchó
en su cabeza Aledan.
- ¡Que se hace tarde, joder!.- El joven despertó sudando y miró a su alrededor.
Era su habitación encima de la de Samwell. Desde el primer día que durmió en
ese lugar supo que era un ático que el sumo pontífice no usaba para nada y se
lo dejó a Aledan para que así él mismo tuviese la habitación buena. Los golpes
de Samwell con la escoba contra la trampilla del desván lo despertaron. Aledan
se levantó y trató de limpiarse el sudor de su rostro para que el sacerdote no
lo interrogara. Abrió la trampilla y allí estaba el ya añejo Samwell. Los años
le habían pasado factura y su barba grisácea se había tornado completamente
blanca al igual que su cabello y las arrugas en su rostro se notaban muchísimo
más pero a pesar de eso mantenía su figura erguida y Aledan pensaba siempre que
lo veía que el viejo podía correr un maratón y cansarse antes que Samwell. El
nuevo consejero del rey regente Herald Phieric lo miró entrecerrando los ojos
como si buscase una respuesta en su mirada.
- ¿Qué sucede, muchacho? ¿Por qué tan agitado?.- comenzó el interrogatorio el
guardián.
- Nada, sólo tuve una pesadilla. ¿Qué pasa? Aún no amanece, Samwell, ¿por qué
me despiertas a esta hora?
- ¿Una pesadilla? Llevabas algo de tiempo sin estas. Sabes… A veces te admiro.
Pasaste por tanto de niño que creí que te quebrarías en cualquier momento pero
aquí estás, de pie.
- Tengo una misión, Samwell, no descansaré hasta rescatar a mi hermana.- dijo
decidido el muchacho desde el ático.
- Sí, las motivaciones son buenas. Bueno, si quieres hablar de algo sólo
házmelo saber. A lo que venía, necesito que vengas conmigo al concejo, hay una
reunión muy importante y como mi sucesor necesito que te empieces a involucrar
con los asuntos del reino.
El muchacho lo miró sorprendido y bajó las escaleras del desván y se situó
frente a Samwell.
- ¿Estás hablando enserio? Pero no estoy listo, tengo demasiado que aprender
aún.
- Ya sé que sí, pero ¿qué mejor forma de aprender que en la práctica? No
deberás tomar decisiones importantes ni nada por el estilo, sólo observarás a
tu mentor y aprenderás. Además, si te llegas a hacer con el puesto y te ganas
la confianza del concejo, ¿quién sabe? Capaz te ayuden en tu cruzada.- A la
mente del chico llegaron las imágenes de la pesadilla que acababa de tener y
una frase empezó a repetirse en su cabeza. “El
tiempo se acaba”. Aledan sabía que su expresión había cambiado porque el
sacerdote lo miró diferente. El muchacho simuló limpiarse la cara con sus manos
y le dijo a Samwell que lo esperase mientras se cambiaba. El sacerdote salió de
la habitación y el jovencito subió al desván y cogió sus mejores ropajes. Cogió
una túnica negra con un blasón de un fénix en el pecho que se colocó encima de
un camisón blanco de lana. Cargaba siempre consigo el collar de harapos que le
obsequió su hermana, el anillo que le dio Samwell y en un cinturón de cuero
marrón llevaba colgada la espada en su vaina de color azul. Para finalizar su
indumentaria se colocó unas botas de cuero curtido marrón, con interior de lana
y detalles de plata. Cogió el ejemplar de “Las aventuras de Redric, Travesía a
Alaguarda” que estaba leyendo y bajó adonde estaba Samwell. Se había vuelto un
lector empedernido y había estudiado una cantidad de libros descomunal pero sus
favoritos sin duda eran las aventuras de Redric.
- Toma chico, para que desayunes algo.- Le entregó un huevo cocido y una hogaza
de pan con un vaso de leche.- Será un largo día.
Aledan se tomó la leche de un trago y cogió el pan y el huevo y salieron del templo.
Mientras caminaban, Aledan comía el pan y cada dos mordidas de pan comía un
pequeño bocado de huevo. A pesar de que se veía sereno, Aledan estaba bastante
agitado por el sueño que tuvo y sólo quería que la reunión lo hiciera olvidarse
de lo que había imaginado.
De camino al castillo, pasaron por la herrería del pueblo donde trabajaba
forjando Theal, el viejo amigo de Aledan que veía todos los días. La herrería
estaba cerrada pero Theal esperaba afuera sentado con una chaqueta de cuero y
un gorro de lana rojo oscuro. Aledan le pidió un minuto a Samwell y fue a
saludar a su amigo.
- Buenos días, Theal.
- Buenos días, muchacho. ¿Adónde vas tan temprano?.- dijo el elfo mientras
abrazaba a su antiguo cuidado.
- Hay una reunión urgente en el castillo y Samwell me pidió que lo acompañara
para aprender.
- Oh, ya veo… Asuntos reales. Tu padre estaría orgulloso de ti, chico, has
crecido rápido. Aunque te has convertido en un ratón de biblioteca jaja.-
bromeó el elfo.- Y pronto esa espada que te di te quedará como una daga… Pasa
mañana, he estado trabajando en algo para ti. Andando, se te hace tarde y no
quieres que el senado se moleste.- El chico se despidió del elfo con un abrazo
y siguió su camino con el sacerdote.
La ciudad estaba calmada, apenas daban los primeros rayos del alba y sólo
pasaban los mercaderes a abrir sus negocios y una carreta con un acaudalado
hacia el castillo rojo. No les dio el aventón porque estaban ya a una calle de
distancia. Aledan se sentía nervioso porque era la primera vez que entraría en
la fortaleza real. Había que cruzar un farallón y las puertas se desplegaron,
descendió un portón de madera de unos dos metros de grueso que cayó a los pies
del carro del noble y de los dos devotos
de Diké. Caminaron por encima del portón hacia los jardines del castillo donde había
incontables guardias, Aledan calculó alrededor de unos 40 sólo en los jardines.
Al acercarse a la entrada del castillo lo esperaba el sustituto de la Brigada
Fénix mientras el General Herald cumplía sus obligaciones como rey regente. El
nombre del general era Carlo Vizcar, un soldado ambicioso que siempre aspiró el
puesto de Herald pero que una lesión en su hombro derecho lo limitaba en el
campo de batalla. Era un soldado curtido en mil batallas y que estuvo fiel a
las órdenes de Enmanuel Redstone e incluso intentó detener a Herald. El nuevo
rey regente le dio el puesto de general en jefe a Carlo por su lealtad y su
sapiencia en las artes marciales. Este general era alto, fornido pero no poseía
músculos bajo la armadura sino carne y grasa. Su piel morena hacía juego con su
cabello negro y Aledan recordó un mapache cuando lo vio, por sus ojeras. Las
orejas del soldado eran algo pequeñas para su cabeza y esto le daba un toque
burlesco a su apariencia. Era una persona temperamental y que no se andaba con
rodeos. Elevó uno de sus brazos e inquirió.- ¿Adónde van dos ratones de
biblioteca, armados y con aspecto sospechoso a estas horas de la mañana?.- Se
acercó a Aledan y lo miró directo a los ojos.- Jamás te había visto por aquí,
pequeña basura.- Samwell volteó los ojos y Aledan lo miró y supo que era algo
común lo que estaba haciendo Carlo.
- ¿Pasa algo, general?.- Se apersonó el mismísimo rey regente vistiendo una
armadura plateada con un Fénix rojo en el pecho y hombros, detalles en rojo en
las botas, guantes y cinturón y una capa blanca.
Carlo se sorprende y como acto reflejo se para firme.- No, su majestad. Sólo
requisando a estos individuos… los vi armados y yo creí que…- titubeó el
general.
- Tranquilo, soldado. Ya sabes que Samwell y su aprendiz son bienvenidos.
Actúas como si no reconocieses a nuestro consejero en esta batalla contra los
Bárbaros.- Herald caminó hacia dentro del castillo y Samwell le siguió. Cuando
Aledan dio un paso, Carlo lo sujetó por el brazo y le susurró.- Te estaré
vigilando, monjesito.- Aledan se soltó con violencia de las manos de Carlo y se
sacudió su manga para continuar el camino de Samwell.
El castillo era enorme, las paredes estaban cubiertas con cuadros de personajes
que Aledan reconocía por los libros que había estado leyendo. Veía una antorcha
cada tres metros mientras caminaba y un soldado en cada esquina. Atravesó unos
sietes corredores y llegó al patio donde estaba la estatua de un cardenal y
cruzó hacia el otro extremo del parque llegando a una puerta con un fénix en la
parte superior del marco. Dos guardias la resguardaban y abrieron la entrada
para el rey regente y el consejero del concejo. Era un cuarto bastante simple,
sólo se podía admirar una mesa de piedra en el centro de la habitación, un
fénix en bronce en el medio del mesón y armamento en las paredes. Aledan no
tardó en deducir que era la armería de la Brigada Fénix. Herald Phieric había
asignado el lugar para las reuniones del concejo, dejando de lado la torre del
nido, antiguo lugar de los encuentros para las discusiones sobre asuntos que
afectaban al reino. Cuatro personas estaban en la mesa, todos vestían ropas
finas. Aledan los distinguió a todos. Ronphie Zaja, el dueño de las minas de
oro de Thassyl y las minas de rubí de Doncen. Era un hombre regordete, una
barba negra que a diferencia de su cabeza, era bastante poblada de pelos.
Vestía joyas de alto valor y era un sujeto ostentoso, siempre mostrando que
tenía poder económico alto. Su lugar en el concejo era por el oro que podía
aportar a las tropas para poder armarlos. A su lado se encontraba Dasere Havid,
una mujer esbelta, bellísima y con un aire sensual que atraería a cualquier
hombre y lo tentaría a probar sus curvas. Era alta, incluso más que Aledan que
medía en ese momento un metro con ochenta y siete centímetros, con cabello
rubio y ojos color esmeralda, su tono de piel era bastante claro y su cara
estaba bañada por pecas. Vestía un corsé negro de cuero a juego con sus
pantalones y una camisa blanca, de su cinturón colgaban dos dagas, el mango de
una era un águila y el mango de la otra era un cardenal. Le llamaban la
violinista, como la araña con el veneno más letal, porque como el arácnido, te
podía matar sin que te dieses cuenta siquiera que te atacaron. Por eso era la
líder de los Cuervos, una brigada militar dedicada al espionaje y recolección
de información, este grupo también hacía asesinatos sigilosos cuando fuese
necesario. Su presencia era claramente porque debía tener infiltrados o
patrulleros en las filas enemigas. El tercero en la mesa era Bernard, el
campeón predilecto del rey Enmanuel cuando ocupaba el trono de Bandarnu pero
que con su muerte, el coloso pasó a ocupar el puesto de general en las primeras
filas del reino. Era un grupo formado para el frente de la batalla, con
soldados bien entrenados en estrategias militares y con una habilidad para el
combate sobresaliente. El experto en geografía, cartógrafo por excelencia y
erudito sobre terrenos en general, el investigador André Korobo ubicaba su
puesto en la mesa del concejo con mapas y papiros y rollos de papel por toda la
mesa, estudiándolos con sumo detalle. Era un hombre delgado, con el cabello
negro, largo y descuidado. Sus ojos casi no se le veían por un par de lupas que
adaptó con un trozo de alambre y las colocó sobre sus orejas y nariz y juraba
al mundo que lo hacía ver las cosas mejor, muchísimo más claras. Sus ropajes a
pesar de lucir de buen material, se le veían un poco desgastado y llevaba unas
peculiares botas, rojizas, con lo que parecían unas alas a los costados. Era
bastante obvio que estaba en el concejo para estudiar las oportunidades que
tenían en el campo de batalla y usar la naturaleza a su favor. Herald Phieric y
Samwell ubicaron los puestos restantes y Aledan se ubicó detrás de su mentor.
- Ya todos sabéis porqué os he citado la madrugada de hoy. El único no
informado es nuestro consejero, Samwell. Te pondré al tanto.- indicó mientras
le hacía un gesto con la mano a André, quien desenrolló un papiro sobre la
mesa, frente a Samwell y Herald.- bien, aquí puedes observar todo el reino de
Wadraen.- señalaba poco a poco las ubicaciones del territorio humano.- hemos
enviado soldados a las comarcas del noreste a traer información sobre los
ataques y ninguno ha vuelto.- hizo un gesto a Dasere, quien se levantó y colocó
sus manos sobre el mapa y comenzó a hablar.- Mis hombres no han vuelto a enviar
reportes de lo que pasa en los campamentos enemigos, no ha arribado ni un solo
cuervo mensajero desde hace siete días. Las comarcas aliadas han respondido a
las cartas que se les han enviado pero algo huele mal. No es algo natural que
mis hombres no cumplan su cometido y que soldados se pierdan en un viaje de
rutina.- finalizó la mujer que volvió a ocupar su asiento.
- Creemos que los Bárbaros han ocupado las zonas del noreste y descubierto a
los infiltrados en sus filas además de haber interceptado a los soldados.-
opinó el cartógrafo.
- Pero eso no explicaría cómo las comarcas responderían las cartas.- señaló
Samwell.- Los Bárbaros no conocen nuestra lengua, y si la conociesen, dudo
mucho que lleguen a tramar algo de esa índole.
- ¿Alguna otra razón para que sucedan todas estas cosas a la vez?- replicó
André.
- Conociendo a los Bárbaros como los conozco, puede que estén amenazando a
alguien de las comarcas para que escriba las cartas. No es algo común en ellos
pero tampoco son simios sin cerebro.- señaló con la mano a la líder de los
Cuervos.- En el caso de los espías, algo debieron hacer mal.
- Mis hombres no cometen errores.- tiene en tono de molestia Dasere.
- Todos cometemos errores, asesina.- respondió cordialmente Samwell.- pero,
supongamos y sólo supongamos que su suposición es acertada, ¿cómo pasó?.
El general de las primeras filas del ejército de Bandarnu se colocó de pie para
señalar el mapa.- Creemos que al hacerlos retroceder en el Caudal Dralloran, se
reagruparon las tropas en Paraje de Laicá que luego sería recuperado por mis
hombres en una avanzada bastante sencilla para nosotros. Extrañamente sencilla,
de hecho. De allí se movilizaron hacia el sur, cruzando la Arboleda de Dongeng,
atravesando terreno de nadie donde no había poblados o alguien que los viese.
Recordemos que hasta la bahía de Ubar desde el bosque de las hadas, no se
encuentra absolutamente ninguna parada para viajeros, sólo un terreno de
planicies y alguna que otra choza de familias con granjas. Estamos casi seguros
que se instalaron allí y rodearon toda la frontera con Padang y se ubicaron
aquí.- señaló un lugar en el extremo derecho del mapa.- en un pequeño pueblito
llamado Wildmond, en las praderas de Serefrea. De allí fueron avanzando de
pueblo en pueblo, atacando comarcas y haciéndose con el control de las mismas
hasta aquí.- Señaló un punto en el mapa, a unos escasos kilómetros de distancia
de Bandarnu, no los suficientes como para ver la metrópolis pero sí bastante
alarmante su ubicación.- El Bastión de Ceolcan. Hace cinco días un soldado
llegó allí y mandó un búho a nosotros y regresó con vida. Se envió a un
mensajero más allá, en el siguiente paraje que es el Fuerte Dorado.- una
ciudadela que hacía honor a su nombre gracias al dueño, Ronphie Zaja y su
inmensa fortuna en oro.- y ese no regresó y a pesar de eso contestaron nuestro
comunicado. Creemos que, de alguna manera aprendieron nuestro idioma y nuestras
costumbres y por eso responden a nuestras epístolas. Pensamos que, poco a poco
han ido ganando terreno con pocos hombres, haciendo ataques fugaces de noche y
que nadie pueda responder a los asaltos. Se han situado en todos los poblados
del noreste y han colocado pequeños campamentos con rastreadores que rondan
toda la zona para evitar que algún explorador de nosotros los vea,
asesinándoles. Estamos de acuerdo contigo y pensamos que se dieron cuenta de
nuestros infiltrados.
- ¿Cómo no se iban a dar cuenta? ¡Somos humanos!.- exclamó el sacerdote.
- Mis hombres no se camuflaban entre ellos, los observaban desde las sombras.-
dijo con gesto de molestia nuevamente Dasere.
- Sí, pero de cualquier manera, algo debió suceder con ellos y los acabaron.-
continuó Bernard.- Creemos que preparan una última ofensiva pero esta vez
contra la ciudad. Nuestros fondos se agotan y a las doce del mediodía de hoy,
el señor Zaja nos tendrá noticias de nuestro presupuesto actual. Los próximos
tres días serán de vital importancia para la supervivencia de nuestro reino. Te
hemos llamado para que tomes precauciones con los tesoros de la familia real y
las lleves contigo a algún lugar seguro. Eres el único que ha ido más allá del
desierto y nadie mejor que tú para esta misión, Samwell. Debes partir lo más
pronto posible.
Nadie dijo una sola palabra más pero Aledan sabía interpretar aquel silencio.
Bandarnu estaba acorralada y probablemente, la guerra estaba perdida.
- Yo…- Samwell no encontraba las palabras para estar en contra de lo que se
había hablado.- No es posible… haré lo que deba hacerse pero no quisiera
abandonar el reino ahora.
- No lo harás, Samwell. Defenderemos hasta nuestro último aliento a Bandarnu y
ganaremos esta guerra. Repeleremos cualquier fuerza invasora que quiera
destruir la paz de nuestra hermosa tierra.- dijo, con voz orgullosa el rey
regente Herald Phieric.- sólo es una precaución que debemos tomar para que la
familia Redstone no pierda sus pertenencias valiosas.- intentó calmar a Samwell
el exgeneral de los Fénix.- Debes partir hacia el suroeste y luego rodear toda
la costa del sur e ir al desierto de Padang, allí confiamos en que encuentres
un lugar seguro para esconder las pertenencias. Si puedes, busca al legítimo
rey, Abniel, y llévale contigo. Bien… sin nada más que añadir, les pido que se
retiren a cumplir con sus deberes, debemos prepararnos para la batalla.- Se
levantó y salió de la habitación y todos le siguieron excepto por Samwell y
Aledan. El sacerdote no podía creer lo que había pasado pero sacudió la cabeza
y se paró del asiento y se situó frente a Aledan.
- Bueno, chico, iremos a la sierra de Gunung.
Volvieron al templo y Samwell bajó inmediatamente a la biblioteca, seguramente
a seleccionar los libros más importantes de su colección y llevarlos consigo.
Aledan subió a su habitación, preparó su equipaje y los envolvió con una sábana
azul que cubría su cama. Tomó un ejemplar de cada libro que contaba la historia
de cada raza, la copia de “Las aventuras de Redric, Travesía de Alaguarda” que
estaba leyendo y las juntó con varios camisones y pantalones. Casi se le
olvidaba llevar ropa interior pero se acordó antes de hacerle un nudo a la
sábana-bolsa que improvisó. Se colgó el morral al hombro y abrió la trampilla
para bajar al cuarto de abajo. Estaba con la mitad de su cuerpo aún en la
habitación y miró las paredes, y se dio cuenta que tal vez sería la última
ocasión que vería la alcoba en la que había pasado siete años. La recamara
donde había pasado siete años leyendo y estudiando el mundo y que ahora lo
vería con sus propios ojos. Se sintió nostálgico, porque la única vez que había
abandonado su hogar, no tuvo tiempo de detallar su pieza. Cerró la trampilla
tras de sí y bajó a la habitación de abajo que dejó también atrás para ir al
salón donde predicaba el sacerdote.
- ¿Estamos listos, chico?.- preguntó mientras salía de la biblioteca el
clérigo.
- Eso creo. ¿Qué pasará con todos los libros y el autómata?
- Estarán bien, nadie sabe la combinación. Sólo tú y yo.- calmó al muchacho.-
Ya es hora de partir, la aventura nos aguarda. Ahora serás como Redric.-
bromeó.
- Sí, de cierto modo. Sólo que nosotros no lucharemos contra dragones o
hipogrifos, sino que llevaremos libros.- dijo de mala gana Aledan.
- Toda aventura tiene sus luchas, Aledan. Es un viaje que emprenderemos para
nuevas tierras para ti y en una época donde el peligro acecha cada rincón del
reino. Esta excursión será un aprendizaje para ti y espero que te enseñe
algunas cosas para que puedas salvar a tu hermana. ¿Ya ves? Ya encontraste una
motivación para esta aventura.- dijo entusiasta Samwell.- Además tendrás que
ayudarme, mi cuerpo ya no es lo que era.- bromeó de nuevo.- basta de cháchara,
los caballo esperan.-
Salieron del templo y tres soldados estaban esperando afuera, Samwell les
indicó que pasaran para recoger un cargamento que llevaría consigo. Caminaron a
la plaza. Los transeúntes no parecían preocupados por lo que se avecinaba, no
lo sabían. Aledan no le agradó nada la decisión de no informarles pero entendió
que el caos era lo último que necesitaban en ese momento. En la glorieta los
esperaba una caravana. Tres carretas tiradas por dos caballos cada una, un
jinete y dos soldados para resguardar, más una carreta extra donde iban los
suplementos para el viaje. Aledan caminó hacia un carromato y abrió la puerta,
colocó su bolsa encima de asiento y volvió a cerrar la entrada al vehículo. Se
dio la vuelta y vio al sacerdote hablando con el rey regente y no quiso ser
inoportuno así que esperó recostado al carruaje. Los soldados detienen a
alguien a unos escasos metros de Aledan que intentaba a fuerzas pasarles por
encima pero su esfuerzo era inútil, dos soldados lo retuvieron y lo reconoció,
era su amigo Theal con una vaina de color azul y grabados dorados.
- Déjenlo, es un amigo mío.- les ordenó Aledan a los soldados que sin protestar
soltaron al elfo que estaba cubierto de grasa.
- Vaya, qué buena defensa.- miró de reojo a los reclutas.- Aunque ya estaban a
punto de caer.- dijo con su típico humor el elfo.
- Seguro que sí jaja.- soltó una carcajada el joven.- ¿Esa es mi espada? Parece
una versión grande de la que llevo.
- Básicamente lo es. Hice una réplica exacta de la que llevas en la cintura
pero con una hoja más larga igual que el mango. No sabes lo que hice para
conseguir el acero élfico, me costó muchísimo encontrarlo y aún más poseerlo
pero ahí está. Te la iba a entregar mañana puesto que le falta un detalle en la
vaina, pero es un mísero detalle.
- ¿Qué es?.
- Le iba a poner tu nombre en élfico pero pues ya debes irte.
- ¿Cómo sabes que me tengo que ir?- preguntó el muchacho encogiéndose de
hombros.
- Las noticias vuelan en esta ciudad y más si sabes dónde preguntar. Ya no te
quito más el tiempo, muchacho. Espero te vaya bien y no te preocupes.- notó el
desasosiego en el rostro de Aledan.- estaré bien, te lo aseguro.
- Ya lo sabes…
- Te dije. Si sabes dónde preguntar, no hay nada oculto. Pero tú tranquilo, no
diré una palabra. Ahora sube que tu amigo sacerdote ya viene.
- Adiós, Theal. Cuídate.- Dijo con un tono nostálgico el ya hombre Aledan.
- Y tú igual, pequeño. Haz que esté… estemos orgullosos. ¿Qué tal, Samwell?
Aquí está lo que me pediste.- Sacó un pequeño pañuelo de lino rojo y se lo
entregó al sacerdote.
- Gracias, Theal. Eres muy amable. Si nos disculpas, debemos partir.- le guiñó
un ojo a Theal y subió al armatoste.
Aledan dio una última mirada a la plaza y a su amigo y subió cerrando la puerta
tras de sí y partieron.
- ¡Que se hace tarde, joder!.- El joven despertó sudando y miró a su alrededor.
Era su habitación encima de la de Samwell. Desde el primer día que durmió en
ese lugar supo que era un ático que el sumo pontífice no usaba para nada y se
lo dejó a Aledan para que así él mismo tuviese la habitación buena. Los golpes
de Samwell con la escoba contra la trampilla del desván lo despertaron. Aledan
se levantó y trató de limpiarse el sudor de su rostro para que el sacerdote no
lo interrogara. Abrió la trampilla y allí estaba el ya añejo Samwell. Los años
le habían pasado factura y su barba grisácea se había tornado completamente
blanca al igual que su cabello y las arrugas en su rostro se notaban muchísimo
más pero a pesar de eso mantenía su figura erguida y Aledan pensaba siempre que
lo veía que el viejo podía correr un maratón y cansarse antes que Samwell. El
nuevo consejero del rey regente Herald Phieric lo miró entrecerrando los ojos
como si buscase una respuesta en su mirada.
- ¿Qué sucede, muchacho? ¿Por qué tan agitado?.- comenzó el interrogatorio el
guardián.
- Nada, sólo tuve una pesadilla. ¿Qué pasa? Aún no amanece, Samwell, ¿por qué
me despiertas a esta hora?
- ¿Una pesadilla? Llevabas algo de tiempo sin estas. Sabes… A veces te admiro.
Pasaste por tanto de niño que creí que te quebrarías en cualquier momento pero
aquí estás, de pie.
- Tengo una misión, Samwell, no descansaré hasta rescatar a mi hermana.- dijo
decidido el muchacho desde el ático.
- Sí, las motivaciones son buenas. Bueno, si quieres hablar de algo sólo
házmelo saber. A lo que venía, necesito que vengas conmigo al concejo, hay una
reunión muy importante y como mi sucesor necesito que te empieces a involucrar
con los asuntos del reino.
El muchacho lo miró sorprendido y bajó las escaleras del desván y se situó
frente a Samwell.
- ¿Estás hablando enserio? Pero no estoy listo, tengo demasiado que aprender
aún.
- Ya sé que sí, pero ¿qué mejor forma de aprender que en la práctica? No
deberás tomar decisiones importantes ni nada por el estilo, sólo observarás a
tu mentor y aprenderás. Además, si te llegas a hacer con el puesto y te ganas
la confianza del concejo, ¿quién sabe? Capaz te ayuden en tu cruzada.- A la
mente del chico llegaron las imágenes de la pesadilla que acababa de tener y
una frase empezó a repetirse en su cabeza. “El
tiempo se acaba”. Aledan sabía que su expresión había cambiado porque el
sacerdote lo miró diferente. El muchacho simuló limpiarse la cara con sus manos
y le dijo a Samwell que lo esperase mientras se cambiaba. El sacerdote salió de
la habitación y el jovencito subió al desván y cogió sus mejores ropajes. Cogió
una túnica negra con un blasón de un fénix en el pecho que se colocó encima de
un camisón blanco de lana. Cargaba siempre consigo el collar de harapos que le
obsequió su hermana, el anillo que le dio Samwell y en un cinturón de cuero
marrón llevaba colgada la espada en su vaina de color azul. Para finalizar su
indumentaria se colocó unas botas de cuero curtido marrón, con interior de lana
y detalles de plata. Cogió el ejemplar de “Las aventuras de Redric, Travesía a
Alaguarda” que estaba leyendo y bajó adonde estaba Samwell. Se había vuelto un
lector empedernido y había estudiado una cantidad de libros descomunal pero sus
favoritos sin duda eran las aventuras de Redric.
- Toma chico, para que desayunes algo.- Le entregó un huevo cocido y una hogaza
de pan con un vaso de leche.- Será un largo día.
Aledan se tomó la leche de un trago y cogió el pan y el huevo y salieron del templo.
Mientras caminaban, Aledan comía el pan y cada dos mordidas de pan comía un
pequeño bocado de huevo. A pesar de que se veía sereno, Aledan estaba bastante
agitado por el sueño que tuvo y sólo quería que la reunión lo hiciera olvidarse
de lo que había imaginado.
De camino al castillo, pasaron por la herrería del pueblo donde trabajaba
forjando Theal, el viejo amigo de Aledan que veía todos los días. La herrería
estaba cerrada pero Theal esperaba afuera sentado con una chaqueta de cuero y
un gorro de lana rojo oscuro. Aledan le pidió un minuto a Samwell y fue a
saludar a su amigo.
- Buenos días, Theal.
- Buenos días, muchacho. ¿Adónde vas tan temprano?.- dijo el elfo mientras
abrazaba a su antiguo cuidado.
- Hay una reunión urgente en el castillo y Samwell me pidió que lo acompañara
para aprender.
- Oh, ya veo… Asuntos reales. Tu padre estaría orgulloso de ti, chico, has
crecido rápido. Aunque te has convertido en un ratón de biblioteca jaja.-
bromeó el elfo.- Y pronto esa espada que te di te quedará como una daga… Pasa
mañana, he estado trabajando en algo para ti. Andando, se te hace tarde y no
quieres que el senado se moleste.- El chico se despidió del elfo con un abrazo
y siguió su camino con el sacerdote.
La ciudad estaba calmada, apenas daban los primeros rayos del alba y sólo
pasaban los mercaderes a abrir sus negocios y una carreta con un acaudalado
hacia el castillo rojo. No les dio el aventón porque estaban ya a una calle de
distancia. Aledan se sentía nervioso porque era la primera vez que entraría en
la fortaleza real. Había que cruzar un farallón y las puertas se desplegaron,
descendió un portón de madera de unos dos metros de grueso que cayó a los pies
del carro del noble y de los dos devotos
de Diké. Caminaron por encima del portón hacia los jardines del castillo donde había
incontables guardias, Aledan calculó alrededor de unos 40 sólo en los jardines.
Al acercarse a la entrada del castillo lo esperaba el sustituto de la Brigada
Fénix mientras el General Herald cumplía sus obligaciones como rey regente. El
nombre del general era Carlo Vizcar, un soldado ambicioso que siempre aspiró el
puesto de Herald pero que una lesión en su hombro derecho lo limitaba en el
campo de batalla. Era un soldado curtido en mil batallas y que estuvo fiel a
las órdenes de Enmanuel Redstone e incluso intentó detener a Herald. El nuevo
rey regente le dio el puesto de general en jefe a Carlo por su lealtad y su
sapiencia en las artes marciales. Este general era alto, fornido pero no poseía
músculos bajo la armadura sino carne y grasa. Su piel morena hacía juego con su
cabello negro y Aledan recordó un mapache cuando lo vio, por sus ojeras. Las
orejas del soldado eran algo pequeñas para su cabeza y esto le daba un toque
burlesco a su apariencia. Era una persona temperamental y que no se andaba con
rodeos. Elevó uno de sus brazos e inquirió.- ¿Adónde van dos ratones de
biblioteca, armados y con aspecto sospechoso a estas horas de la mañana?.- Se
acercó a Aledan y lo miró directo a los ojos.- Jamás te había visto por aquí,
pequeña basura.- Samwell volteó los ojos y Aledan lo miró y supo que era algo
común lo que estaba haciendo Carlo.
- ¿Pasa algo, general?.- Se apersonó el mismísimo rey regente vistiendo una
armadura plateada con un Fénix rojo en el pecho y hombros, detalles en rojo en
las botas, guantes y cinturón y una capa blanca.
Carlo se sorprende y como acto reflejo se para firme.- No, su majestad. Sólo
requisando a estos individuos… los vi armados y yo creí que…- titubeó el
general.
- Tranquilo, soldado. Ya sabes que Samwell y su aprendiz son bienvenidos.
Actúas como si no reconocieses a nuestro consejero en esta batalla contra los
Bárbaros.- Herald caminó hacia dentro del castillo y Samwell le siguió. Cuando
Aledan dio un paso, Carlo lo sujetó por el brazo y le susurró.- Te estaré
vigilando, monjesito.- Aledan se soltó con violencia de las manos de Carlo y se
sacudió su manga para continuar el camino de Samwell.
El castillo era enorme, las paredes estaban cubiertas con cuadros de personajes
que Aledan reconocía por los libros que había estado leyendo. Veía una antorcha
cada tres metros mientras caminaba y un soldado en cada esquina. Atravesó unos
sietes corredores y llegó al patio donde estaba la estatua de un cardenal y
cruzó hacia el otro extremo del parque llegando a una puerta con un fénix en la
parte superior del marco. Dos guardias la resguardaban y abrieron la entrada
para el rey regente y el consejero del concejo. Era un cuarto bastante simple,
sólo se podía admirar una mesa de piedra en el centro de la habitación, un
fénix en bronce en el medio del mesón y armamento en las paredes. Aledan no
tardó en deducir que era la armería de la Brigada Fénix. Herald Phieric había
asignado el lugar para las reuniones del concejo, dejando de lado la torre del
nido, antiguo lugar de los encuentros para las discusiones sobre asuntos que
afectaban al reino. Cuatro personas estaban en la mesa, todos vestían ropas
finas. Aledan los distinguió a todos. Ronphie Zaja, el dueño de las minas de
oro de Thassyl y las minas de rubí de Doncen. Era un hombre regordete, una
barba negra que a diferencia de su cabeza, era bastante poblada de pelos.
Vestía joyas de alto valor y era un sujeto ostentoso, siempre mostrando que
tenía poder económico alto. Su lugar en el concejo era por el oro que podía
aportar a las tropas para poder armarlos. A su lado se encontraba Dasere Havid,
una mujer esbelta, bellísima y con un aire sensual que atraería a cualquier
hombre y lo tentaría a probar sus curvas. Era alta, incluso más que Aledan que
medía en ese momento un metro con ochenta y siete centímetros, con cabello
rubio y ojos color esmeralda, su tono de piel era bastante claro y su cara
estaba bañada por pecas. Vestía un corsé negro de cuero a juego con sus
pantalones y una camisa blanca, de su cinturón colgaban dos dagas, el mango de
una era un águila y el mango de la otra era un cardenal. Le llamaban la
violinista, como la araña con el veneno más letal, porque como el arácnido, te
podía matar sin que te dieses cuenta siquiera que te atacaron. Por eso era la
líder de los Cuervos, una brigada militar dedicada al espionaje y recolección
de información, este grupo también hacía asesinatos sigilosos cuando fuese
necesario. Su presencia era claramente porque debía tener infiltrados o
patrulleros en las filas enemigas. El tercero en la mesa era Bernard, el
campeón predilecto del rey Enmanuel cuando ocupaba el trono de Bandarnu pero
que con su muerte, el coloso pasó a ocupar el puesto de general en las primeras
filas del reino. Era un grupo formado para el frente de la batalla, con
soldados bien entrenados en estrategias militares y con una habilidad para el
combate sobresaliente. El experto en geografía, cartógrafo por excelencia y
erudito sobre terrenos en general, el investigador André Korobo ubicaba su
puesto en la mesa del concejo con mapas y papiros y rollos de papel por toda la
mesa, estudiándolos con sumo detalle. Era un hombre delgado, con el cabello
negro, largo y descuidado. Sus ojos casi no se le veían por un par de lupas que
adaptó con un trozo de alambre y las colocó sobre sus orejas y nariz y juraba
al mundo que lo hacía ver las cosas mejor, muchísimo más claras. Sus ropajes a
pesar de lucir de buen material, se le veían un poco desgastado y llevaba unas
peculiares botas, rojizas, con lo que parecían unas alas a los costados. Era
bastante obvio que estaba en el concejo para estudiar las oportunidades que
tenían en el campo de batalla y usar la naturaleza a su favor. Herald Phieric y
Samwell ubicaron los puestos restantes y Aledan se ubicó detrás de su mentor.
- Ya todos sabéis porqué os he citado la madrugada de hoy. El único no
informado es nuestro consejero, Samwell. Te pondré al tanto.- indicó mientras
le hacía un gesto con la mano a André, quien desenrolló un papiro sobre la
mesa, frente a Samwell y Herald.- bien, aquí puedes observar todo el reino de
Wadraen.- señalaba poco a poco las ubicaciones del territorio humano.- hemos
enviado soldados a las comarcas del noreste a traer información sobre los
ataques y ninguno ha vuelto.- hizo un gesto a Dasere, quien se levantó y colocó
sus manos sobre el mapa y comenzó a hablar.- Mis hombres no han vuelto a enviar
reportes de lo que pasa en los campamentos enemigos, no ha arribado ni un solo
cuervo mensajero desde hace siete días. Las comarcas aliadas han respondido a
las cartas que se les han enviado pero algo huele mal. No es algo natural que
mis hombres no cumplan su cometido y que soldados se pierdan en un viaje de
rutina.- finalizó la mujer que volvió a ocupar su asiento.
- Creemos que los Bárbaros han ocupado las zonas del noreste y descubierto a
los infiltrados en sus filas además de haber interceptado a los soldados.-
opinó el cartógrafo.
- Pero eso no explicaría cómo las comarcas responderían las cartas.- señaló
Samwell.- Los Bárbaros no conocen nuestra lengua, y si la conociesen, dudo
mucho que lleguen a tramar algo de esa índole.
- ¿Alguna otra razón para que sucedan todas estas cosas a la vez?- replicó
André.
- Conociendo a los Bárbaros como los conozco, puede que estén amenazando a
alguien de las comarcas para que escriba las cartas. No es algo común en ellos
pero tampoco son simios sin cerebro.- señaló con la mano a la líder de los
Cuervos.- En el caso de los espías, algo debieron hacer mal.
- Mis hombres no cometen errores.- tiene en tono de molestia Dasere.
- Todos cometemos errores, asesina.- respondió cordialmente Samwell.- pero,
supongamos y sólo supongamos que su suposición es acertada, ¿cómo pasó?.
El general de las primeras filas del ejército de Bandarnu se colocó de pie para
señalar el mapa.- Creemos que al hacerlos retroceder en el Caudal Dralloran, se
reagruparon las tropas en Paraje de Laicá que luego sería recuperado por mis
hombres en una avanzada bastante sencilla para nosotros. Extrañamente sencilla,
de hecho. De allí se movilizaron hacia el sur, cruzando la Arboleda de Dongeng,
atravesando terreno de nadie donde no había poblados o alguien que los viese.
Recordemos que hasta la bahía de Ubar desde el bosque de las hadas, no se
encuentra absolutamente ninguna parada para viajeros, sólo un terreno de
planicies y alguna que otra choza de familias con granjas. Estamos casi seguros
que se instalaron allí y rodearon toda la frontera con Padang y se ubicaron
aquí.- señaló un lugar en el extremo derecho del mapa.- en un pequeño pueblito
llamado Wildmond, en las praderas de Serefrea. De allí fueron avanzando de
pueblo en pueblo, atacando comarcas y haciéndose con el control de las mismas
hasta aquí.- Señaló un punto en el mapa, a unos escasos kilómetros de distancia
de Bandarnu, no los suficientes como para ver la metrópolis pero sí bastante
alarmante su ubicación.- El Bastión de Ceolcan. Hace cinco días un soldado
llegó allí y mandó un búho a nosotros y regresó con vida. Se envió a un
mensajero más allá, en el siguiente paraje que es el Fuerte Dorado.- una
ciudadela que hacía honor a su nombre gracias al dueño, Ronphie Zaja y su
inmensa fortuna en oro.- y ese no regresó y a pesar de eso contestaron nuestro
comunicado. Creemos que, de alguna manera aprendieron nuestro idioma y nuestras
costumbres y por eso responden a nuestras epístolas. Pensamos que, poco a poco
han ido ganando terreno con pocos hombres, haciendo ataques fugaces de noche y
que nadie pueda responder a los asaltos. Se han situado en todos los poblados
del noreste y han colocado pequeños campamentos con rastreadores que rondan
toda la zona para evitar que algún explorador de nosotros los vea,
asesinándoles. Estamos de acuerdo contigo y pensamos que se dieron cuenta de
nuestros infiltrados.
- ¿Cómo no se iban a dar cuenta? ¡Somos humanos!.- exclamó el sacerdote.
- Mis hombres no se camuflaban entre ellos, los observaban desde las sombras.-
dijo con gesto de molestia nuevamente Dasere.
- Sí, pero de cualquier manera, algo debió suceder con ellos y los acabaron.-
continuó Bernard.- Creemos que preparan una última ofensiva pero esta vez
contra la ciudad. Nuestros fondos se agotan y a las doce del mediodía de hoy,
el señor Zaja nos tendrá noticias de nuestro presupuesto actual. Los próximos
tres días serán de vital importancia para la supervivencia de nuestro reino. Te
hemos llamado para que tomes precauciones con los tesoros de la familia real y
las lleves contigo a algún lugar seguro. Eres el único que ha ido más allá del
desierto y nadie mejor que tú para esta misión, Samwell. Debes partir lo más
pronto posible.
Nadie dijo una sola palabra más pero Aledan sabía interpretar aquel silencio.
Bandarnu estaba acorralada y probablemente, la guerra estaba perdida.
- Yo…- Samwell no encontraba las palabras para estar en contra de lo que se
había hablado.- No es posible… haré lo que deba hacerse pero no quisiera
abandonar el reino ahora.
- No lo harás, Samwell. Defenderemos hasta nuestro último aliento a Bandarnu y
ganaremos esta guerra. Repeleremos cualquier fuerza invasora que quiera
destruir la paz de nuestra hermosa tierra.- dijo, con voz orgullosa el rey
regente Herald Phieric.- sólo es una precaución que debemos tomar para que la
familia Redstone no pierda sus pertenencias valiosas.- intentó calmar a Samwell
el exgeneral de los Fénix.- Debes partir hacia el suroeste y luego rodear toda
la costa del sur e ir al desierto de Padang, allí confiamos en que encuentres
un lugar seguro para esconder las pertenencias. Si puedes, busca al legítimo
rey, Abniel, y llévale contigo. Bien… sin nada más que añadir, les pido que se
retiren a cumplir con sus deberes, debemos prepararnos para la batalla.- Se
levantó y salió de la habitación y todos le siguieron excepto por Samwell y
Aledan. El sacerdote no podía creer lo que había pasado pero sacudió la cabeza
y se paró del asiento y se situó frente a Aledan.
- Bueno, chico, iremos a la sierra de Gunung.
Volvieron al templo y Samwell bajó inmediatamente a la biblioteca, seguramente
a seleccionar los libros más importantes de su colección y llevarlos consigo.
Aledan subió a su habitación, preparó su equipaje y los envolvió con una sábana
azul que cubría su cama. Tomó un ejemplar de cada libro que contaba la historia
de cada raza, la copia de “Las aventuras de Redric, Travesía de Alaguarda” que
estaba leyendo y las juntó con varios camisones y pantalones. Casi se le
olvidaba llevar ropa interior pero se acordó antes de hacerle un nudo a la
sábana-bolsa que improvisó. Se colgó el morral al hombro y abrió la trampilla
para bajar al cuarto de abajo. Estaba con la mitad de su cuerpo aún en la
habitación y miró las paredes, y se dio cuenta que tal vez sería la última
ocasión que vería la alcoba en la que había pasado siete años. La recamara
donde había pasado siete años leyendo y estudiando el mundo y que ahora lo
vería con sus propios ojos. Se sintió nostálgico, porque la única vez que había
abandonado su hogar, no tuvo tiempo de detallar su pieza. Cerró la trampilla
tras de sí y bajó a la habitación de abajo que dejó también atrás para ir al
salón donde predicaba el sacerdote.
- ¿Estamos listos, chico?.- preguntó mientras salía de la biblioteca el
clérigo.
- Eso creo. ¿Qué pasará con todos los libros y el autómata?
- Estarán bien, nadie sabe la combinación. Sólo tú y yo.- calmó al muchacho.-
Ya es hora de partir, la aventura nos aguarda. Ahora serás como Redric.-
bromeó.
- Sí, de cierto modo. Sólo que nosotros no lucharemos contra dragones o
hipogrifos, sino que llevaremos libros.- dijo de mala gana Aledan.
- Toda aventura tiene sus luchas, Aledan. Es un viaje que emprenderemos para
nuevas tierras para ti y en una época donde el peligro acecha cada rincón del
reino. Esta excursión será un aprendizaje para ti y espero que te enseñe
algunas cosas para que puedas salvar a tu hermana. ¿Ya ves? Ya encontraste una
motivación para esta aventura.- dijo entusiasta Samwell.- Además tendrás que
ayudarme, mi cuerpo ya no es lo que era.- bromeó de nuevo.- basta de cháchara,
los caballo esperan.-
Salieron del templo y tres soldados estaban esperando afuera, Samwell les
indicó que pasaran para recoger un cargamento que llevaría consigo. Caminaron a
la plaza. Los transeúntes no parecían preocupados por lo que se avecinaba, no
lo sabían. Aledan no le agradó nada la decisión de no informarles pero entendió
que el caos era lo último que necesitaban en ese momento. En la glorieta los
esperaba una caravana. Tres carretas tiradas por dos caballos cada una, un
jinete y dos soldados para resguardar, más una carreta extra donde iban los
suplementos para el viaje. Aledan caminó hacia un carromato y abrió la puerta,
colocó su bolsa encima de asiento y volvió a cerrar la entrada al vehículo. Se
dio la vuelta y vio al sacerdote hablando con el rey regente y no quiso ser
inoportuno así que esperó recostado al carruaje. Los soldados detienen a
alguien a unos escasos metros de Aledan que intentaba a fuerzas pasarles por
encima pero su esfuerzo era inútil, dos soldados lo retuvieron y lo reconoció,
era su amigo Theal con una vaina de color azul y grabados dorados.
- Déjenlo, es un amigo mío.- les ordenó Aledan a los soldados que sin protestar
soltaron al elfo que estaba cubierto de grasa.
- Vaya, qué buena defensa.- miró de reojo a los reclutas.- Aunque ya estaban a
punto de caer.- dijo con su típico humor el elfo.
- Seguro que sí jaja.- soltó una carcajada el joven.- ¿Esa es mi espada? Parece
una versión grande de la que llevo.
- Básicamente lo es. Hice una réplica exacta de la que llevas en la cintura
pero con una hoja más larga igual que el mango. No sabes lo que hice para
conseguir el acero élfico, me costó muchísimo encontrarlo y aún más poseerlo
pero ahí está. Te la iba a entregar mañana puesto que le falta un detalle en la
vaina, pero es un mísero detalle.
- ¿Qué es?.
- Le iba a poner tu nombre en élfico pero pues ya debes irte.
- ¿Cómo sabes que me tengo que ir?- preguntó el muchacho encogiéndose de
hombros.
- Las noticias vuelan en esta ciudad y más si sabes dónde preguntar. Ya no te
quito más el tiempo, muchacho. Espero te vaya bien y no te preocupes.- notó el
desasosiego en el rostro de Aledan.- estaré bien, te lo aseguro.
- Ya lo sabes…
- Te dije. Si sabes dónde preguntar, no hay nada oculto. Pero tú tranquilo, no
diré una palabra. Ahora sube que tu amigo sacerdote ya viene.
- Adiós, Theal. Cuídate.- Dijo con un tono nostálgico el ya hombre Aledan.
- Y tú igual, pequeño. Haz que esté… estemos orgullosos. ¿Qué tal, Samwell?
Aquí está lo que me pediste.- Sacó un pequeño pañuelo de lino rojo y se lo
entregó al sacerdote.
- Gracias, Theal. Eres muy amable. Si nos disculpas, debemos partir.- le guiñó
un ojo a Theal y subió al armatoste.
Aledan dio una última mirada a la plaza y a su amigo y subió cerrando la puerta
tras de sí y partieron.
Espero que hayas disfrutado de mi historia y si algo te agradó o no, déjamelo saber en la caja de comentarios. ¡Hasta la próxima historia!

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