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lunes, 17 de abril de 2017

Crónicas de los Antigüos.- Revelaciones.



¡Hola, mundo!




Felices pascuas o semana santa a todos los que leéis esto. Me ausenté un tiempo por este mismo motivo pero hoy traigo la continuación de esta épica novela que me encuentro desarrollando. Espero disfrutéis y recordad, esta historia la podéis encontrar bajo el mismo nombre que está acá: Crónicas de los Antiguos.




Sin más preámbulos, disfrutad.





El sol brillaba en lo más alto de la bóveda celeste, bañando con sus rayos al tropel que se
dirigía al sur, en búsqueda de Abniel. La caravana iba a buen ritmo y si lo mantenían, estarían en su destino a más tardar tres días. La caravana se dirigía a Perlindungan, una ciudad costera al suroeste de Bandarnu, que se dedicaba a la pesca y a la recolección de un mineral parecido a la sal, llamado Garam, que tenía un efecto secundario sobre las mujeres y actuaba en ellas como un alucinógeno, pero la función primaria de esta roca era para la herrería porque funcionaba como un pegamento en el metal y podías reparar el acero fácilmente. El concejo sospechaba que el legítimo heredero del reino se encontraba en esa pequeña ciudad costera. Aledan viajaba con Samwell en una misma caravana junto con un baúl de madera cerrado, con detalles tallados y una cerradura de plata. Se podía visualizar una oración en un costado del cofre, que pedía a Diké que cuidara de sus tesoros. El carromato estaba abarrotado de libros y pergaminos que Samwell cuidaba con recelo y sólo dejaba tocar a Aledan unos pocos y sólo para echarles un vistazo por encima.
- Si seré el próximo guardián, ¿por qué no puedo leerlos?.- preguntó fastidiado Aledan.
- Porque aún eres descuidado con las cosas y probablemente los estropees.- le contestó el sacerdote mientras comía un trozo de carne seca y leía un libro con la portada roja. “Kalensih” logró leer Aledan.
La caravana mantuvo el paso hasta el atardecer, donde se detuvieron en un pequeño pueblo llamado Villa Oasis. En esa pequeña aldea había una taberna que funcionaba de hotel para los viajeros. El pueblo estaba constituido por unas cincuenta casas, una cantina, una plaza donde vendían especias y verduras, una pequeña prisión y una sastrería. Los soldados dejaron los carruajes a las afueras del bar. Llevaron a los caballos a los bebederos y a que les dieran alimentos y cuatro de ellos se quedaron afuera resguardando el equipaje que tenían dentro de los carruajes. Aledan, Samwell y cuatro soldados más entraron a la taberna y se sentaron en una mesa cercana a una ventana. El sitio tenía un aspecto tranquilo y se notaba la poca concurrencia que frecuentaba. El tabernero era un señor mayor, con cejas pobladas, tanto que casi le escondía por completo los ojos y un bigote que hacía lo mismo con sus labios. La mesera, la hija del dueño del local, era una muchacha joven pero que ya había florecido, con cabello castaño como el de su padre y pecas por doquier. La jovencita se les acercó y les ofreció una ronda de cervezas de miel y todos aceptaron menos Aledan que no le gustaba el sabor del licor. Los seis hombres conversaban sobre el viaje y qué tanto les faltaba.
- Estaremos en Perlindungan en un par de días si seguimos con este paso. No creo que haya algún retraso de momento, el clima pinta bien y no ha habido ningún robo reciente, eso indica que no hay ninguna banda de ladrones. Mandé a un explorador a dar la vuelta por la zona y me traerá noticias por si ha visto algún campamento; cueva o similares.- afirmó el líder de tropa, el sargento Bricome. Era un hombre alto, fornido y bondadoso. Se tomaba muy enserio su deber como militante, pero dejaba espacio a su corazón para la misericordia. Era bastante joven; de unos 32 años de edad, cabello negro y corto. Había escalado posiciones rápidamente debido a su capacidad de combate, su liderazgo y su obediencia y por supuesto, su valentía.
- Bastante bien. ¿A qué hora debemos partir?.- preguntó el sacerdote Samwell, quien bebía su segunda jarra de cerveza.
- Partiremos con el sol, podría incluso ser antes para aprovechar todo el día.
- Excelente. Bueno, caballeros, si me disculpan iré a descansar.- Contestó con una calma extraordinaria el clérigo de Diké. Se acercó a Aledan y le dijo en voz más baja.- ¿Te quedas?.
- Creo que sí, me gustaría salir un rato a caminar y ver las estrellas.- Se puso de pie y se despidió de Samwell.
A las afueras de la taberna se apreciaba la soledad y la penumbra de una ciudad en sueños. Aledan caminó para salir de los límites del pueblo que se apreciaban con cercos de madera blancos. Saltó una de las tablas y se sentó, recostando su espalda al madero. La ciudad estaba completamente en silencio, sólo escuchaba los pasos de los soldados que hacían sus rondas de guardia y los relinches de los caballos. Con la vista de una planicie cubierta de pasto, árboles que se alzaban a lo lejos y montañas dibujadas en el horizonte bañadas por la luz de la luna, se sentía en completa calma. Pensaba sólo en todo lo que había pasado durante su vida, sus desgracias y sus penas pero también en los amigos que había hecho y que lo apoyaban en todo momento; que se habían vuelto su familia. Pensaba en lo que muchos le habían dicho: “eres bastante fuerte para soportar el dolor”. Sólo él conocía su dolor… sentía como las lágrimas caían de la rabia, de la impotencia de no poder hacer nada para traer de vuelta a sus padres pero se las secó rápidamente. Esa era la primera vez que lloraba en mucho tiempo, siempre que se le hacía un nudo en la garganta pensaba lo fuerte que debía ser por su hermana pequeña que lo necesitaba donde sea que ella estuviese en ese momento y eso contenía las gotas en sus ojos. Se levantó y se puso a andar sin rumbo en una sola dirección. Sabía que era peligroso andar así pero se encomendó a Diké para que nada le pasase. Recordó que un explorador andaba patrullando la zona y si hubiese encontrado algo, ya estaría de vuelta. No pasó mucho tiempo cuando entre esa calma, pareció que nada existía ya; ni sus problemas; ni sus penas; ni la ciudad que dejó atrás y entró como en una especie de trance y cayó al suelo, relajado. Miraba al cielo, a las estrellas que flotaban sobre él y sintió como si ellas, las estrellas, bailaran para él. Cerró los ojos y sintió como si alguien se acercara a él, se incorporó apoyándose con sus manos sobre la cama de grama en la que se había recostado y vio, delante de él, a un anciano caminando accidentadamente en su dirección. El viejo sólo llevaba un bastón, un camisón de lana blanca y sus pies, descalzos, parecían sangrar de lo fina que era su piel. Su aspecto le recordó a Aledan el aspecto de un pastor pero a diferencia de uno, este ya había pasado sus años de servicio hace mucho. El joven se puso de pie y dio un paso atrás mientras que, a diferencia de él, el viejo seguía hacia delante. Ya estaba frente a él y vio sus ojos, azules como un lago en la mañana, sin pupila, sólo el azul intenso lo miraba fijamente.
Aledan… apresúrate. El tiempo se acaba y vas en la dirección opuesta.- Balbuceó el anciano, se le complicó a Aledan entenderle un poco ya que el viejo no tenía dentadura.
- ¿Cómo es que conoces mi nombre? ¿Quién es usted?.- retrocedió un paso más y el viejo pisó hacia adelante.
- Yo… no soy importante. No aquí, no ahora. Lo importante es tu camino.- El longevo hombre se dio la vuelta y Aledan lo tomó por el brazo y el viejo lo miró de nuevo a los ojos. El muchacho supo que cometió un error y lo soltó de inmediato pero el hombre cambió la expresión en su rostro y le puso su mano, llena de arrugas y venas, en el hombro del mozo.
- Disculpe… no fue mi intención, pero… ¿esto tan siquiera es real? No lo siento así, después de lo que pasó con mis padres…- se le hizo un nudo en la garganta pero continuó.- todos mis sueños se me hacen muy vividos…- agachó su cabeza y miró al pasto bajo sus pies.
- Sueños, realidad ¿qué más da? Si te ayuda, acéptalo y abrázalo. Debes apresurarte, cuando el rencor se arraiga en el corazón, florecerá el odio y la maldad y sólo la muerte lo podrá talar.- El viejo se volvió luz frente los ojos del muchacho y miles de partículas luminosas volaron en el aire y ascendieron a la luna, a las estrellas… a la inmensidad.- Si hallas el pasado en el presente, te encontrarás por fin en tu futuro.
Abrió los ojos y la luna se había movido, la brisa acariciaba las hojas que surgían de la tierra, agitaba un flequillo de su cabello y calmaba el alma. Sentía paz, sentía armonía pero sobretodo, se encontraba motivado. “Si hallas el pasado en el presente, te encontrarás en tu futuro” recordó. Se levantó y caminó de vuelta al bar. Saltó de nuevo la valla de madera, deambuló alado de los carromatos vigilados por los soldados y entró al bar. Sólo el alma de un ebrio inconsciente estaba en el lugar, derribado sobre la mesa con una jarra de cerveza en su mano y el cuarto donde el tabernero guardaba el alcohol, cerrado con un candado. Subió al segundo piso y en la puerta de su habitación se encontraba la bellísima hija del tabernero. Aledan, que poco y nada sabía de mujeres se quedó paralizado, no sabía qué decir o qué hacer.
- Dis-disculpa… Qui-quisiera…- tartamudeaba y no sabía lo que quería.
- Tranquilo, no te comeré.- Extendió su mano y le arrebató las llaves al muchacho.- Me encargo de ayudar a los borrachos a acostarse en su cama y no en el suelo o en la mesa del bar.- sonrió.- pero tú no te ves nada alcoholizado, ¿bebiste siquiera?.
- No, no lo hice. No me gusta el sabor del alcohol. Prefiero un buen zumo de alguna fruta o leche.- la chica abrió la puerta y le hizo un gesto para que entrase a su habitación.
- Vaya que eres extraño, he conocido a muchos hombres y, puedo asegurarte, ninguno se resiste al alcohol. Espera aquí, iré por un poco de leche caliente para ti. Invita la casa.
La chica bajó corriendo deprisa las escaleras y giró a la izquierda, hacia la habitación donde su padre guarda el licor. Aledan entró a la habitación y la observó. Tu equipaje estaba allí y sus libros sobre una pequeña mesa de noche a un lado de una cama individual de roble con una cobija azul y una almohada algo golpeada por el tiempo. Jaló la puerta tras de sí pero no la cerró esperando, inconscientemente, a la muchacha. A un lado del lecho, una ventana daba hacia los carruajes y los soldados y unos velones sobre una repisa de madera que salía de una de las paredes. Se sentó en la cama y cogió un libro y lo abrió pero no leyó nada, su mente sólo divagaba en lo que había… ¿soñado? No sabía ya lo que era una alucinación y lo que era palpable. La chica irrumpió en la habitación con una hogaza de pan y un vaso de leche.
- Creí que tendrías hambre así que robé un poco de pan con miel que mi papá tenía en la alacena de la habitación de la felicidad; así le llama donde guarda el licor. ¿Quieres? Está buenísimo.- la chica le acercó el vaso y el pan.
- No, gracias. Estoy bien, no tengo hambre.- Sólo cogió el vaso con leche. Esperaba que la muchacha se girara para salir pero se mantuvo allí, de pie, observándolo tomar leche y él la miraba de reojo.- ¿Cómo te llamas?.- preguntó la muchacha, con un tono burlón como si fuese una chiquilla curiosa. El aprendiz de sacerdote casi devuelve el sorbo de leche pero lo tragó.
- Me… mi nombre… me llamo Aledan, Aledan Woodgate. ¿Y tú?.
- Yo soy Anrie Sunlight. ¡Encantada de conocerte!.- La muchacha se sentó a su lado en la cama y se le quedó mirando mientras él esquivaba la mirada de la muchacha y miraba hacia afuera.- Eres… diferente al resto, Aledan.- Mencionó su nombre como si se burlase de él.
- ¿Por qué lo dices? Y disculpa, podría preguntar ¿qué haces en mi habitación?.- Se alejó un poco de la muchacha.
- Lo digo porque no actúas como el resto y siento un aire distinto en ti. Papá dice que tengo un don de percibir el aura de las personas y empiezo a creer que es cierto. ¿Qué hago aquí? Estoy aquí por eso mismo… quiero hablar contigo, quiero conocer lo que escondes, lo que guardas y anhelas.- La chica se arrimó un poco a él y tocó el collar de trapo que le hizo su hermana. Aledan sujetó su mano y la apartó con cuidado, sus miradas por fin se encontraron y notó que sus ojos eran de un verde aceituna oscura, pero tan cerca se veían como dos ciruelas verdes.
- Yo… disculpa, es un regalo de… una persona muy especial.- Se levantó de la cama y se plantó en medio de la habitación con las manos en la cintura.- Creo que deberías irte, es tarde y tu padre podría venir y…
- Tranquilo, está dormido y tiene el sueño muy pesado. ¿Quién te lo dio? ¿Tu prometida?.- dijo en tono burlón, nuevamente.
- No. Nada de eso… me lo dio mi hermana pequeña en mi cumpleaños.- Quiso contarle, raramente, todo lo que le había pasado pero se contuvo.- Ya que noto que no pretendes irte, ¿qué quieres saber de mí?
- Pues… hay tantas cosas. Jamás he ido a la ciudad y quisiera saber cómo es allí, cómo son las personas, los castillos y los vestidos de las damas. Me gustaría vestir uno algún día pero… mi papá dice que son para niñas ricas y “letradas”.- Aledan notó que la chica era muy burlista pero no lo hacía con mala intención. Se le escapó una sonrisa al notar que, como él, no conocía mucho de la gente.
- No conozco mucho más de lo que tú lo haces pero Bandarnu es un lugar bonito, lleno de gente y comerciantes de todo tipo. Lo digo enserio, puedes encontrar lo que sea en ese lugar y comprarlo. Hay varias torres que se alzan pero la más grande es una de las mazmorras del castillo que refleja un color rojo cuando le da el sol. Yo no he tratado mucho con la gente de allí, pero he visto que todos tienen sus problemas ¿sabes? Todos están ocupados con sus asuntos y pocos son los que voltean a ver a los demás. Si alguna vez te dicen que son cordiales, no les creas. No los conozco a todos pero sí sé que la cordialidad no es su mayor virtud. Dijiste algo curioso que me hizo reír, ¿a qué te refieres con “letradas”?.- Remedó el tono de la muchacha y Anrie se echó a reír mientras se sonrojaba.
- Ya sabes… de esas señoras que saben leer y se comportan bien en fiestas y reuniones.
- ¿No sabes leer?.- preguntó sorprendido Aledan.
- Pues no ¿algún problema?.- dijo como a la defensiva la chica y se levantó de la cama, puso sus manos en sus caderas y miró fijamente al joven frunciendo el ceño. Aledan comprendió que le apenaba.
- No… para nada. Yo podría enseñarte algún día, soy un aprendiz de sacerdote y he leído muchos libros.- cogió uno de la mesita de noche y se lo enseñó.- Este es mi favorito, es un cuento para niños pero es increíble.- La portada de su copia de las Aventuras de Redric fue por un momento el centro de atención de la conversación.
- Sí… mi mamá me leía todas las noches esa historia pero otro libro…- Se encogió de hombros y volteó a ver la ventana.- Se llamaba “Las Aventuras de Redric: Puerta al paraíso” o algo así.- volteó de nuevo y Aledan notó sus ojos húmedos, como si fuese a romper en llanto.- Fue un libro excelente.- agregó, tratando de recomponerse. Aledan tardó tres segundos en responder y volvió en sí.
- Sí… digo, hmm… No me gustó mucho, es un libro muy… sentimental.
- ¿Y hay algún problema con eso? A mí me gustó muchísimo. No recuerdo muy bien cómo era pero… la voz de mi madre hacía que sonara maravilloso.- El muchacho, que estaba un poco cansado, vio como la chica miró de nuevo al piso y cambió su semblante.
- Bueno, ¡eso es porque no has leído este que tengo aquí!.- Le dijo para levantarle el ánimo. Se encontró a sí mismo tratando de alegrar a una completa desconocida que sólo sabía su nombre, se sintió un poco agitado pero creyó que estaba bien, que debía hacer el bien.- Mira, te leeré un trozo.- Y narró cómo el héroe, Redric, atravesó con conjuros y hechizos los portones de Alaguarda, la capital de su reino que estaba invadida y dominada por demonios de las penumbras y libró una épica batalla contra el rey demonio.- ¡Wow! ¿Tú crees que exista la magia?.- consultó la chica con su nuevo amigo.
- Yo… creo que no. Como te dije, he leído muchísimos libros antiguos y en ninguno se revela algo como la magia.- Le contestó el chico que se sintió como un erudito al hablar con la inexperta chica, que poco y nada sabía de historia.
- Y si existiese… y tú la pudieses controlar ¿qué harías?.- Preguntó la curiosa señorita. Aledan no lo pensó mucho, su deseo más grande era reunir de nuevo a su familia.
- Traer de vuelta a mis padres y estar de nuevo con mi hermana pequeña.- confesó Aledan mientras miraba el intento de perro de su collar.
- Yo… ¿perdiste a tus padres?.- preguntó Anrie mientras tomaba de la mano a Aledan que asintió con la cabeza mientras contenía las ganas de llorar y miraba por la ventana hacia la luna.- Yo también perdí a mi madre.- la chica volteó y se sentó en la cama.- Yo tenía 7 años cuando una enfermedad la atacó de repente y nos dejó a mi papá y a mí muy rápido, apenas lo notamos. Era bellísima, y a diferencia de mí, pertenecía a la nobleza o eso siempre dice mi padre. Siempre decía que era su viva imagen.- soltó una carcajada al mismo momento que las lágrimas caían pero se secó deprisa con su manga.- Yo jamás seré tan hermosa como ella lo fue.- Aledan se quedó atónito, no sabía qué decir pero la entendía completamente. Se dejó llevar por lo que su corazón decía.
- Yo perdí a mis padres también… Fue en los primeros ataques de los Bárbaros. Asesinaron a los dos y murieron para salvarme a mí y a mi hermana. A mi pequeña hermana la raptaron así que estoy solo ahora.- Se sentó alado de la chica y sujetó su mano.- A pesar de perder a nuestros seres amados, no podemos rendirnos nunca porque esas personas no lo hubieran querido así.- Lo que el príncipe Teriel le dijo en el bosque pasó por su mente.- Siempre hay un motivo para vivir… Sólo debes encontrar el tuyo. El mío es mi hermana, encontrarla y estar con ella nuevamente.- la chica volteó a verlo con lágrimas en sus ojos.- ¿Cuál es el tuyo? Además, no has visto la ciudad, no te puedes rendir antes de verla.- La chica se puso de pie nuevamente y volvió a colocar las manos en sus caderas.
- ¿Y quién te dijo que me rendiré? Al final sí eres como todos los hombres, malinterpretan todo.- Aledan estaba confundido y lo hizo ver en su rostro.- Estoy jugando contigo, gracias por entenderme.- Aledan se puso de pie como ella.
- Recuerda, somos como espadas. La vida es el martillo del herrero, que mientras más golpea, más nos endereza. Mientras más golpes nos da el martillo, mejor y más fuerte somos. ¿Eres tan fuerte para no quebrarte? Porque si superas todos los golpes, serás una espada capaz de vencer cualquier enemigo.- La chica sonrió y miró a Aledan. Se abalanzó sobre él y lo besó. Aledan mantenía aún los ojos abiertos, perdido, confundido y desorientado. No sabía lo que pasaba o porqué pasaba pero le gustaba. El beso no duró más de cinco segundos cuando la chica, apenada, se apartó y se quedó de pie frente a él. No cruzaron palabra alguna, sólo estaban ahí, en silencio.
- Disculpa, yo…- la chica no pudo concluir su frase cuando volteó los ojos, dejándolos en blanco. Aledan había leído sobre enfermedades y pensó que era una convulsión. Se acercó a ella y la sacudió diciendo su nombre en voz baja porque sabía que si gritaba, despertaría a los demás y se metería en un lío. La chica no respondía y Aledan no sabía qué hacer y decidió ir en busca de ayuda, la soltó y dio un paso cuando Anrie, con ojos blancos aún, lo jala de su túnica de sacerdote. Aledan giró a verla y se encontró el rostro de la chica con las venas marcadas, como inyectadas en rojo y los ojos brillantes como las estrellas.
Aledan.- dijo la voz distorsionada de la muchacha, como si hablaran dos personas a la vez.- Tú has visto a mi hijo, tú has visto al heredero. Debes ayudarlo.- Respiró con fuerza la chica.- Fuiste el último humano que lo vio. Tu conocimiento lo puede salvar, Aledan; búscalo.- Aledan estaba aún más confundido que cuando lo estaba por el beso. Sus instintos actuaron e hizo una pregunta que en otras circunstancias, hubieran sonado ridículas para él.
- ¿Quién eres?.- Fue lo primero que le pasó por la cabeza.
Yo soy la tierra, los cielos y el mar; soy a quien le ruegas cuando tienes hambre; pero sobre todo, soy el amor de la vida.- La voz se desvanecía y se volvía una sola, dejaba de ser etérea. 

- Yo... no lo entiendo. ¿Es esto un sueño de nuevo?.- El chico estaba frustrado porque no entendía nada.

Ah... ya veo. Sabía que no era la única en hablarles. Ya debo irme.- La voz era de mujer, ya no era la voz de Anrie.- Si me quedo más tiempo, tu amiga morirá.

¡Espera! ¿A quién debo buscar?.- preguntó Aledan, fastidiado de aquella situación.
Al primogénito de sangre pura y real corrompido. A aquel que viste una noche de invierno hace muchísimo tiempo.- Aledan arrugó el rostro, lo comprendió. Supo de quién hablaba quien quiera que fuese la voz que usaba el cuerpo de Anrie como envase. Aquel ente supo que el muchacho se dio cuenta y sonrió.- ¿Acaso lo olvidaste, Aledan? Las estrellas siempre miran.- La chica se desplomó en el suelo y Aledan la recogió. Abrió apenas los ojos que, perdidos, buscaban enfocar a la persona que estaba frente a ella.

- ¿Qué pasó?.- preguntó con voz ronca la chica.

- Yo... te desmayaste.- Mintió Aledan.- Te ayudaré a ir a tu cuarto.

La habitación de Anrie estaba al final del pasillo, justo alado de la de su padre y con cuidado Aledan la abrió. Recostó a la descompensada chica en su cama y ella le sujetó la mano.- Gracias por hacerme sentir mejor.- le dijo e inmediatamente después, cayó en el sueño.- De nada.- susurró Aledan mientras acomodaba su mano en su regazo. Fue hasta su habitación y el pan con miel estaba sobre la mesita de noche; lo tomó; le echó una mirada y lo mordió.- Sí que está bueno.- dijo para sí mismo. Lo comió por completo mientras pensaba en lo que sucedió aquella noche y lo que restaba de la velada, no cerró los ojos, analizando lo sucedido. 
Espero que hayas disfrutado de mi historia y si algo te agradó o no, déjamelo saber en la caja de comentarios. ¡Hasta la próxima historia!

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