Datos personales

miércoles, 22 de febrero de 2017

Crónicas de los antiguos-Inicio

¡Hola, mundo!

Quisiera dedicar estas palabras a un niño muy importante para mí. La persona que más ha influido en mí y que más felicidad me ha dado; mi yo de 6 años que sigue vivo en mi interior, soñando y fantaseando despierto.

Les comenté en mi primera entrada que escribía un libro, una historia épica que pensé hace tiempo y que hasta hace muy poco me animé a escribir.

Les dejo las primeras páginas de lo que llevo escrito. Un poco más de 200 páginas estando disponibles y lo haré en este formato, unas 6 o 7 por semana en cualquier momento de la semana. Espero les agrade y acepto críticas.

Ésta historia es de mi auditoría, espero la disfruten.
                               



"Muchas historias de héroes y villanos han sido contadas a lo largo del tiempo. Historias llenas de aventuras, descubrimientos, bestias inimaginables. Hay muchísimos narraciones de ésta índole. Yo os contaré una que jamás habéis leído antes. ¿Que quién soy yo, os preguntaréis? Mi nombre no es importante, conformaros con saber que me sé hasta el relato menos célebre que conozcáis. Para empezar con la historia de nuestro audaz héroe, debo contaros acerca de ese mundo fantástico y repleto de misterios por desentrañar.

Los bardos cantan acerca del inicio de los tiempos, recitan sobre cómo 4 dioses hermanos, crearon toda la existencia. Los ancianos sapientes, le cuentan a sus nietos cómo éstas deidades decidieron concebir de la nada un mundo lleno de vida y paisajes maravillosos. Cielos azules como los zafiros y con un enorme broche de oro resplandeciente como lo es el sol. El firmamento se tornaba rojizo al pasar de las horas hasta que oscurecía y adquiría un hermoso negro, iluminado por el cosmos, estrellas y una hermosa luna de un blanco que te calmaba el alma. Vastos bosques llenos de árboles verdes que pareciesen no tener final, se pierden en el horizonte, desiertos áridos e implacables donde cualquier ser vivo pudiese morir en cuestión de horas. Kilómetros y kilómetros de un manto de nieve y hielo con montañas tan altas que si escalas a la cima, verías todo el mundo. Océanos, ríos y lagos de agua tan pura y cristalina que se refleja cada detalle del cielo. Las cuatro divinidades crearon criaturas para que corrieran y poblaran tal obra de arte que habían creado. Cada una de las criaturas fue hecha con sumo detalle para que habitaran cada uno de los ecosistemas que habían originado. Una de las creaciones debía dominar todas las demás y a ésta la dotaron de inteligencia, fuerza, amor, bondad, sentido de justicia y valentía para que subyugase a las demás bestias. A ésta creación la llamaron “hombre”.

 Los cuatro hermanos los dotaron de esos dones porque eran de ellos mismos, los hicieron a su imagen y semejanza.

Diké, Dios de la justicia, los proveyó de honradez, jurisprudencia y rectitud.
Physea, la Diosa de la naturaleza, les dio el sentir, los sentimientos, el amor, la fraternidad y el respeto hacia la tierra.
Thanatos, Dios de la guerra, les brindó la fuerza y la sed de batalla, la valentía y la intrepidez. Paratus, el Dios de la sabiduría y el conocimiento, los dotó de inteligencia y hambre de saber lo que no saben.
Estas criaturas se establecieron a lo largo y ancho del planeta, erigieron civilizaciones, fundaron ciudades en cada rincón del mundo y evolucionaron.
Los hombres descubrieron la ciencia y dejaron de creer en sus creadores y les retaron, alegando que no existían o no eran necesarios en sus vidas. Las plegarías, rezos y cánticos de los humanos dotaban de fuerza a los dioses y cuando estas adoraciones mermaron, su poder también lo hizo.
Vivían un tiempo de paz, tranquilidad y armonía y nadie suplicaba por los beneficios de la guerra y Thanatos, sentía en su ser cómo su poder decaía y veía como el de sus hermanos también y es que, hombres de ciencia, no pedirían por sabiduría cuando pueden resolver sus problemas por su cuenta y con esto, Paratus flaqueaba al igual que su sangre hermana Physea, que la habían olvidado porque, las criaturas que ellos habían creado con tanto afán, a su imagen y semejanza, creyeron que la naturaleza era algo vano y trivial. Los pocos adeptos a la religión, a la fe, al credo de los 4 dioses, sólo pedían a Diké, para que diera justicia a todos los que poblaban las muchas regiones. Sus hermanos le exigieron justicia, ya que todos percibían el declive de sus fuerzas, menos él.
- ¿Consideras, siendo el Dios de la “justicia”, que está bien que tus hermanos pierdan energía mientras tú te regodeas con las plegarías de los humanos? – Preguntó, engorroso y exasperado Thanatos.
- Opino que Thanatos tiene un punto, pero más que ser injusto, debes pensar en tus hermanos, somos todos iguales y equidad es lo que debemos tener.- Comentó Paratus.
- Es la primera vez que apoyo a Thani, Dik. Somos hermanos, ninguno es superior al otro. Diferentes, sí, superiores, no. Así que debemos hacer algo pronto.- Comentó la única hermana de las deidades.
- No es justicia, ni igualdad. Los humanos son libres, los creamos no como nuestros sirvientes, sino como seres que rigieran el mundo que habíamos creado. Están en su libertad de adorarnos o no, como a ellos les plazca.- Diké, quien amaba a los humanos como a sus hijos (eran sus creaciones, a fin de cuenta), se oponía a sus hermanos.

Y así discutieron por días, hasta que al final Diké, ante la fuerte presión de sus tres hermanos, cedió. Las decisiones sobre el mundo no eran más una cuestión familiar sino un concejo, donde se daban opiniones y opciones y se votaba sí o no, la mayoría ganaba y se hacía lo que se escogiese.
Decidieron exterminar tres cuartas partes de los humanos y mostrarles todo el poder que poseían los dioses. Un cataclismo colosal se reflejó en la tierra. Una ira de proporciones épicas azotó cada rincón del mundo. Gaia, como se le conoce a este planeta, fue golpeado por terremotos, maremotos, huracanes y explosiones volcánicas. Quedó en las ruinas, los pocos humanos que sobrevivieron, estaban dispersos en el mundo y no sabían si otros habían sobrevivido también. Diké guió a esta minoría para que se encontrasen y estuviesen juntos y construyeran una nueva ciudad. Así nació Bandarnu, La capital de los humanos.
Los cuatro hermanos, entonces decidieron crear otras razas que les adorasen. Estas razas serían libres de hacer lo que quisieran, los dioses no pueden tener contactos con ellos de ninguna manera pero podían mostrarles su poder para que estuviesen seguros de su presencia y existencia.
Así pues, se crearon las cuatro razas creadas por cada uno de los dioses. Cada uno de los hermanos decidió cómo hacer la raza que los adorasen sólo a cada uno de ellos.
Thanatos, Dios de la guerra, moldeó seres hechos para la batalla, enfocados a blandir grandes armas y con la facilidad, casi el don, de destruir a sus enemigos con fuerza bruta. No muy inteligentes, pero con un instinto para el combate inigualable. Casi de dos metros y 20 centímetros de estatura el más pequeño, con una complexión como de un buey, musculatura muy marcada y una sed de sangre que no se sacia fácilmente, los bárbaros se establecieron en los témpanos y los bosques helados de T’war. Thanatos decidió el frío clima de la tundra para que forjaran la dureza en sus actitudes y consumiera la debilidad.
La hermosa Diosa, Physea, eligió los más verdes bosques, repletos de vida silvestre. Tenía que crear seres que se adaptaran a vivir en la naturaleza, en lo salvaje, pero que al mismo tiempo supieran amarla y vivieran en armonía y fuesen uno con la tierra. Ella quería seres perfectos, hermosos, delicados como la naturaleza pero con toda la fiereza de la misma y concibió a entes delgados pero con mucha fortaleza, músculos marcados, cabellos como el sol y la luna, como hilos de oro y plata, de un amarillo radiante algunos y otros de la plata más pura. De la misma estatura que los humanos, con orejas puntiagudas, de ojos sin pupila que parecen un lago de zafiros, esmeraldas y ambar. Un tono de piel bastante claro, casi como la leche. Los elfos, nombres que le recordó a Physea lo blanco de sus pieles, fueron situados en la frondosidad de la Arboleda de Hutan, un inmenso bosque lleno de ríos, árboles gigantes y animales majestuosos.
Paratus contempló todas las posibilidades y entendió que un ser con inteligencia superior al resto tenía más opciones de crecer más rápido como sociedad así que se enfocó en darles a sus hijos una mente brillante, sin límites para crear lo que se les imaginara y dejó en segundo plano su físico. Así nacieron los Kaserdan, seres de unos 4 pies de alto, algo regordetes con manos grandes. Su aspecto recuerda a la de un cerdo que tuvo un festín. Sus rostros no son nada agraciados, tienen narices inmensas para las proporciones de sus demás rasgos y son seres muy velludos. Paratus sabía que su civilización no daría cara a las batallas de las demás razas si éstas atacaban porque les dio una naturaleza pacífica y despreocupada a los peligros, pero que si algo los amenazaba, encontraría la manera de derrotarlos. Por esto, los envió a la Sierra de Gunung, donde estaría protegidos por las montañas y las tormentas tempestuosas.
Diké se quedó con los humanos, porque pensó que fue un trabajo excelso el que habían hecho sus hermanos y él. Poseían todo lo que un ser debe poseer y justo como él solo, les dejó vivir como les complaciera en Bandarnu.
Cada una de las razas se fue adaptando a su entorno con el paso de los años, fueron aumentando en cantidad y en calidad. Cada una de ellas tuvo sus conflictos, sus héroes y un sinfín de relatos que no cabrían en las memorias que os cuento.  Todos adoptaron un modelo político propio, costumbres y leyes para vivir en comunidad.
Los Bárbaros se extendieron por los vastos parajes congelados de Alamuk, ubicada lo más al norte posible de Gergadaun, Wadraen y Padang, cruzando un ancho mar que los separaba de las demás razas, lo que se conoce como los Reinos de la Tundra. Allí erigieron varios pueblos con sus clanes todos bajo el mando de una sola agrupación: El clan Frostwrath. Comandados por Einar “El primero”.
Hutan, hogar de los elfos era un paraíso para sus habitantes por lo que no muchos elfos abandonaron su confort. Los que lo hicieron tuvieron razones poco comunes entre los elfos. Muchos fueron expulsados por crímenes contra su raza y otros abandonaron su estirpe en busca de nuevas experiencias. Algunos exiliados fueron a parar las fronteras de Gergadaun, conocido como El Bosque de la Vida, que limitaban con los Baldios de Padang, El Desierto Implacable. Los aventureros emprendían sus travesías a Wadraen, dominios de los humanos, que no fueron hostiles con los seres de los bosques y les dieron apoyo y refugio a algunos, con la condición que trabajasen en sus tierras.
Las montañas de Gunung, ubicadas al extremo sureste de los Baldios de Padang, fueron pobladas por los Kaserdan, que se asentaron dentro de las estructuras rocosas, edificando una fortaleza de piedra, un escudo natural protegido por las erosiones de la tierra. Cavaron hacia el interior de las prominencias y allí se instalaron.
Hacia el suroeste se encontraba Wadraen, hogar de los humanos, y en mitad de esas planicies verdes, se alzaban en el horizonte majestuosas paredes que erigieron los primeros humanos para defenderse de los peligros que pudieran atacarlos y dentro de los muros, un castillo inmenso que parecía tocar el cielo. La ciudad de Bandarnu era una vista digna de admirar. Construida con arenisca roja, el castillo parece que fue fabricado con sangre y cuando el sol le da de cara, refleja destellos carmesí por toda la ciudad.

Transcurrieron dos siglos, en los cuales todas las civilizaciones exploraron regiones y forjando sus propios pelotones para reconocimiento y batalla. Todas ellas pasaron por buenos y malos momentos, llenos de gozo y miseria. Los únicos que no se vieron afectados fueron los Kaserdan, que vivieron en paz y armonía durante esas centurias. Se alzaron reyes, líderes y cabezas de clanes y cayeron dinastías que apenas surgían. Y es aquí, en este punto, donde nuestro héroe nace…

- ¿Por qué vamos a la ciudad, Theal?.- Preguntó un niño de unos 4 pies y medio de altura, de cabello castaño hasta los hombros, con ojos de un ocre oscuro y piel clara.
- Tu padre nos ha encomendado comprar suplementos para los animales y nosotros mismos ¿o prefieres morir de hambre? Además, aprovecharé de enseñarte a un viejo amigo que escuché que está en la ciudad. Podré matar 3 pájaros de un tiro.- contestó un elfo alto, de unos 6 pies y medio de altura, cabello de un tono grisáceo bastante corto y en punta que recordaba a un gallo viejo, ojos color esmeralda y un tono de piel blanco como la leche. Lo que más resaltaba de su rostro era su nariz puntiaguda como un gancho.
- Te refieres a dos pájaros de un tiro, ¿no?- replicó el jovenzuelo.
- No ésta vez, Aledan. Estando aquí, me perderé de tu vista un minuto y compraré tu regalo de cumpleaños. Ya cumplirás 12 años y quisiera regalarte algo especial. Haz sido un jovencito muy amigable y te lo recompensaré.
- Espero que me compres una espada para combatir a los malhechores que rondan por la ciudad.
- Dudo mucho que a tu padre le agrade.

Continuaron hablando mientras dos mulas tiraban su carreta hacia Bandarnu..."



Espero que hayas disfrutado de mi historia y si algo te agradó o no, déjamelo saber en la caja de comentarios. ¡Hasta la próxima historia!

2 comentarios:

  1. Wooow, realmente me gusto.
    Es muy atrayente la forma en la que relatas, espero mas capítulos.

    By: July

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, July. Me gusta que te guste mi historia. Puedes también verla en Wattpad si este formato cansa tu vista o si lo prefieres y eres lectora de Wattpad.https://www.wattpad.com/376664743-cr%C3%B3nicas-de-los-antiguos-inicio

      Semanalmente estaré subiendo más contenido de mi historia. Debo pulirlo antes de lanzarlo. Podría subir la continuación o algún "relleno" para profundizar en la fundación de las ciudades o personajes que mencione y no tengan un trasfondo. Me ayudaría que compartieras esto con tus amigos.

      ¡Hasta siempre!

      Eliminar